Te escribí 25 cartas. Ni una más ni una menos. Y cada una de
ellas eran la sombra de lo que fue la curva de tu sonrisa cuando me sonreías.
Casi puedo revivir nuestro último encuentro en cada punto suspensivo que te
dedico. Las escribo con tanta desesperación
que mis palabras parecen gritarle a tu ausencia que vuelvas, como si por el
hecho de meterlas en un sobre hicieran que tuviera más valor que cuando están
desnudas en una simple hoja. Las arropo con esa marca del beso que siempre te
debí y se me olvidó regalarte y las acuno con esa canción que era tan nuestra
cuando las peleas se solucionaban a carcajadas. Las releí tantas veces antes de
mandártelas que algunas parecen arrugarse como lo hacía tu frente cuando te
enfadabas. Parece que mis manos sólo son capaces de escribirte que no quiero
verte y una parte de mi odia que sepas leerme
entre tantas mentiras y deduzcas que sigues
matándome cada vez que creo reconocerte cuando voy distraída. Y no te
creas que siguen guardadas en mi último cajón olvidadas como están ahora las
promesas que nos hicimos. Todas y cada una de ellas fueron metidas en ese buzón
que parece tragarse las ganas que te tengo cada vez que deslizo una por su
rejilla. Sin embargo, nunca soy capaz de poner tu dirección. Siempre que lo
intento me tiemblan tanto las manos que al final solo queda un feo borrón tal y
como acabó nuestra historia. Llámalo miedo. Llámalo vanidad.
Esta entrada es impresionante. Es una de las mejores que he leído en mucho tiempo. Tiene frases que ponen la piel de gallina... en serio. Gracias por pasarte por mi blog y comentarme.
ResponderEliminarSigue escribiendo como lo haces.