A este chupito invito yo

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23/12/13

Una vez me hablé mientras dormías.

Te conté todo lo que no soy capaz de escribirte,
 por miedo a que lo leas y sepas entender aquello que callo.
Como si después de tanto tiempo, aún me costase decirte
que sonreír es demasiado sencillo si estás cerca
y que respirar se vuelve una jodida meta
cada vez que los centímetros entre nosotros dejan de existir,
como el resto mientras estés delante mía.

Te susurré los inviernos que viví en tu ausencia,
esos que hielan hasta los huesos
más incluso que las despedidas.
Te vi dormir y pensé que debería morderme la lengua
antes de hablar de felicidad
con la confianza de saber distinguirla y tenerla,
cuando en realidad, simplemente,
eres tu.
Y no hay palabras, refranes, historias y canciones.
Solo estás.
Y bendito invierno si al despertar muerta de frío
puedo chocarme con tu espalda para entrar en calor.

Invito al otoño,
-por aquella expresión china que Diego utilizó en su momento
hablando sobre echar de menos-,
aún cuando mi intención siempre ha sido invitarte
a un par de cervezas y a quedarte,
y nunca echarte de lo que se supone que es mi vida,
aunque pueda resumirse todo a tu nombre.
Lo invito,
a pasarse por mi cama
las vidas que haga falta
si luego podré reírme de lo gracioso que está tu pelo
lleno de las hojas que dejó a su paso,
para pisarlas y pisarme una y otra vez mientras no venías.
Lo invito,
a él al invierno y a ti
a venir a verme
para derrumbarme y quererme,
a ver quien de los cuatros es más fuerte.
Aunque os guardo un poco de ventaja,
verás: aún muriéndome,
soy capaz de escribir(te)me.

Dime que harás si me marcho,
y dejas de atiborrarte de las palabras que dedico
a quién buscarás para llenarte
si el otoño te dará la espalda,
y el invierno te congelará en el vacío.

13/12/13

Toma mi venda, por si quieres reutilizarla.

Que desordenada estoy últimamente, que ya no sé ni lo que podría ser si es contigo, que más veces he sido sin ti y este caos no me ha hundido. Pero tampoco revivido. Será el tiempo que nos queda, lo que hace que de vez en cuando pase un torbellino cuando las cosas empiezan a encajar en su sitio y volver a ser el rompecabezas que tantas veces deshicimos cansados de hacerlo sin encajar las piezas en su sitio. O la falta de puntos, que hace que nunca sigamos lo decidido y todo se enganche hasta acabar en un sin sentido donde miras hacia otro lado mientras ves como me asfixio.

Qué fácil parece, hacer como que nunca ha existido y eso que, desde que todo empezó, no he sido capaz de apartar la vista de aquello que nos está matando. Y tú como quien oye llover.

El problema vendrá cuando te pille en la calle sin paraguas y no esté yo para rescatarte. Cuando me haya cansado de dar pasos en falso esperando que te volvieras y me ofrecieras el tuyo en los días que la lluvia rompería el mío-y el paraguas también-.
Será cuando me habré cansado de repetirme que el amor entiende de sangres pero que anda un poco borracho y no parece encontrar la vena correcta. Será cuando entienda que no tiene por qué ser recíproco aunque me arme de valor para enmendar ese algo que parece ser la causa del desinterés que tantas veces has gritado (incluso cuando creías que no te había oído).
Será cuando entienda que no siempre recogemos lo sembrado y que por mucho que ofrezca todo, nunca parecerá demasiado.
Será cuando entienda que no me quieres.
Ni me necesitas.
Y entonces morirás un poco, porque dejaré de cerrar los ojos ante lo que desde un primer momento, era evidente.
Lo peor de todo, es que ni siquiera sabrás verlo.
O no querrás hacerlo.
Suerte en la siguiente tormenta bajo la lluvia.

9/12/13

Me matas a la par que me revives.

A veces se me olvida que podrías parar mi tiempo si quisieras.
Entonces te vuelvo a ver y recuerdo porque las estaciones nunca me habían parecido tan llenas de vida como ahora, que más que despedidas me escriben reencuentros.
A cada paso que doy, cada prisa que llevo.
Incluso se me antoja extraño hablarte de amor pudiendo hacértelo-en versos, besos, vidas-.
Que más certero me parece hablar de las veces que soy capaz de echarte de menos a lo largo del día, recordándome que la distancia no es más que mi excusa para quererte más cada día.
Nada de kilómetros que separan, sino motivos para volver a verse.
Aunque a veces caigo en el olvido y acepto- aún teniendo dudas que callo- que parece normal que la distancia este acabando con nosotros.
Y cómo no voy a pensarlo un día malo, si su sinónimo más común es desamor. O frialdad.
Cuando debería hablarse de los nervios los días previos a tenerte delante mía.
Pero en cierto modo es culpa mía, por aceptar aquello de personas que nos (des)conocen.
Con qué facilidad una acepta las malas noticias, incluso cuando vienen de bocas que no saben ni de lo que hablan.
Y qué complicado es recibir una buena sin llegar a destruirla por los tiempos que corren de deshonestidad.
Por eso debería ser sincera conmigo misma y así decirte que si no he sido capaz de escribirte algo más como tú bonito es porque prefiero demostrártelo (hasta cuando creas no merecerlo)
Podría escribir a cualquiera,
sin embargo eres tú quien rellena el hueco existente entre los espacios de las palabras que me salvan.
Y no encontraría mejor manera de condenarme a ser rescatada continuamente si es contigo.



8/12/13

Otro domingo más.

Creo que el día que me corté el pelo, se equivocaron y me cortaron las ganas.
Supongo que es culpa mía, por llevarlas siempre detrás de la oreja y acostadas en la nuca, en un hogar calentito y tapadas-ocultadas, ignoradas- por el frío mundo.
Y, de repente, las dejé al descubierto. 
Desnudas.
Ahora que lo pienso, puede que me cortaran a mí también, y por eso tengo la sensación de que por más que intente sanarme no consigo volverme entera- es lo que tiene tenerlos tras la espalda, que nunca eres capaz de verlos, o resulta más fácil no volverse ante ellos-.
Es un poco como cuando te tiras a una piscina sin saber que está helada.
O como los que ansían comerse la pizza salida del horno después de horas sin comer.
Quemar y congelarse hieren lo mismo.
Sino pregúntale a los de corazón frío.
Una bolsa de hielo, por favor, a ver si así acostumbro el cuerpo y deja de temblar ante la ausencia- porque ya ni siquiera es tuya, sino mía-.
Como empieza a serlo todo.
Debería pedir dos eternidades para poder matar una en tu espalda y así estar en paz conmigo misma y poder vivir la otra  sin deberme nada.
Ni siquiera sé porque la vida no está matándome sino enseñándome a ser de otra manera.
Prefería cuando no me advertía y podía odiarla y no como ahora, que le debo demasiado para lo puta que fue en su día (hay ciertas cosas que se perdonan, pero no se olvidan)
O se deben olvidar pero recuerdas.
O recuerdas para poder revivirlas.
O las revives para no morir tu misma.
Ya eso es otra historia.