-Me lo encontré ayer, tan jodidamente sexy como siempre con
su puta sonrisa de medio lado que me dan ganas de encerrarlo en una habitación
y no sacarlo de allí en horas… No sé si me entiendes
-Creo que, si no lo hubiera entendido, después de esta explicación
me habría quedado bastante claro.
Escucha su risa por teléfono y le dan ganas de matarla, no
entiende lo peligroso que ha sido
verlo.
-Deja de reírte y escúchame. ¿Te acuerdas que te hice
prometer que, si un día me entraba una especie de ataque de locura transitoria,
vinieras a mi casa a darme dos hostias?
-Si, me acuerdo, lo raro es que te acuerdes tú con lo ciega
que ibas.
-Tienes que venir YA.
Parece que nota la urgencia en su voz, porque calla de repente y casi puede notar (o intuye más bien) que
se sienta en su cama, frunce el ceño y le pregunta eso que está deseando
responder desde que marcó su número:
-Has hablado con él, ¿verdad?
Asiente, aunque sabe que ella no puede verlo y vuelve a
revivir el momento.
-Me dijo que si creía en los besos de reconciliación, el
muy cabrón.
-¿Y qué le dijiste?
-Que creo en ellos porque tienen fecha de caducidad.
-Por favor dime que no le miraste con tu cara de bambi y le
diste a entender que su fecha todavía no había
llegado…
Oye la desesperación de su amiga y se ríe, porque hasta ella
misma se sorprende de lo fácil que fue todo.
-Me preguntó que cuantos meses antes de la caducidad le
quedaban…
-Siempre fue un puto egocéntrico, no sé de qué te sorprende
la verdad.
-… y yo le dije que él nunca tuvo derecho a tener uno de
esos.
De repente silencio. Porque sabe lo que vendrá ahora, sabe que contará a diez mentalmente para no decirle una barbaridad y que más tarde, con una voz tal vez más dulce de lo normal le afirmará eso que ha intentado decirle desde que empezó la conversación. La va a matar, lo sabe.
-Le besaste, ¿cierto?
-Sí, y en mi defensa diré que estaba más sorprendida yo que
él.
-Joder es que ya me estoy imaginando su estúpida sonrisa
mirándote con cara de besas el suelo que
piso, nena y me pongo mala. ¿Y qué coño se supone que pensó esa preciosa cabecita
tuya para hacer eso? ¿Y luego qué? Dímelo ya que me va a dar un ataque y que sepas que voy de camino a tu casa a darte esos dos guantazos que te
mereces.
Escucha el sonido del coche encenderse y sabe que habrá
puesto el manos libres para no perderse ni un detalle de lo que va a decir. Lo
piensa brevemente, y mientras lo dice, sonríe.
-Oh bueno, le dije que, después de esto, ya no tenía ninguna
excusa para acercarse a mí y que ya podía irse por donde había venido.
-No sé si matarte o comerte a besos rubia.
-Lo sé, por su cara, debió pensar lo mismo.
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