-No sé qué hago aquí, ni siquiera me gusta el café- frunce
los labios molesta y me mira aburrida. Vuelve a mirar el reloj fosforito que
tiene en su pequeña muñeca izquierda por quinta vez desde que llegó hace quince
minutos como si de un torbellino pelirrojo se tratase.
-Estás aquí porque me prometiste que vendrías- le aclaro
intentando parecer firme y serio aunque cuando se trata de ella es algo
demasiado complicado.
Pone los ojos en blanco y suspira, resignada
-¿Y no había una cafetería más hortera para quedar?- tiene
razón, por supuesto, las paredes están pintadas de rosa chillón y todo parece
demasiado Barbie para su gusto.
Bueno, para su gusto y para el de cualquiera que tenga un mínimo de sentido
común. Lo sé, y por eso le dije que viniese aquí, hacerla rabiar era (y sigue
siendo) uno de mis pasatiempos favoritos- seguro que lo has hecho aposta para
fastidiarme, como siempre- me mira fijamente intentando traspasarme con la
mirada y, aunque es bastante obvio que ha sido así le miento descaradamente:
-No todo gira a tu alrededor, aunque te dediques a pensar lo
contrario.
Veo como aprieta la mandíbula y sé que, si no dejo de
picarla, el capuchino que ha pedido hace un rato acabará en mi cabeza. No sería la primera vez.
-Oh, cuidado habló
don-mecreoelreydelmundo-besarelsueloquepiso
-Ese nombre es demasiado largo, prefiero el de sex-symbol,
si no te importa- le sonrío con autosuficiencia.
-“Dime de que presumes, y te diré de lo que careces”- me recita
con una falsa sonrisa retándome.
-Tiene gracia que me digas la misma frase que te solté yo la
otra vez y por la que te indignaste tanto.
-No es lo mismo- me responde rápidamente, cierra los ojos
baja la cabeza y me dice con voz cansada- mira paso de esa mierda ¿vale? ¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme?
Le sonrío con el mejor aire de inocencia que puedo porque sé
que mi respuesta no le va a gustar nada. Si fuera una mujer un poco menos
complicada, con cuatro tonterías y un buen polvo estaría todo solucionado. Pero
no, a ella le encanta que representemos escenas típicas de culebrón en las que
yo me llamo Alejandro de la Vega y ella Esmeralda. Aunque, visto la moda ahora
del Christian Grey de los cojones, a lo mejor pretende que la ate al tendedero
de plástico que hay en la terraza (porque eso de la sala de torturas me parece
demasiado excesivo)
-En realidad solamente quería verte.
-¿Y para eso me haces ir a una espantosa cafetería que está
en la otra punta de la ciudad?
-Para empezar: podrías no haber venido, nadie te ha obligado
y si has venido es porque, en realidad
querías verme. Y sí, te he hecho recorrer media ciudad para volver a ver lo
guapa que te pones cuando te enfadas. Sobre todo si es conmigo- me mira y sé
que se está planteando tirarme la silla vacía que hay a nuestro lado (una vez
tiró mi cuadro favorito por la ventana, es capaz de todo), insultarme o irse
sin dirigirme la palabra.
Lo sé igual que me sé de memoria el camino de pecas
que tiene sobre los hombros, el tatuaje que tiene en el costado o que tiene
cosquillas en la nuca. Además, después de la última conversación que tuvimos,
es un milagro que haya venido… qué coño, es un milagro que siga vivo todavía.
-Pensaba que era algo importante, no sé, que querías
chantajearme con el gato o algo parecido.
Con el gato. Solamente a ella se le podría haber ocurrido
que, después de haber estado un par de años viviendo juntos y después de una
pelea que (para mi gusto) tampoco había sido para tanto, iba a chantajearla
porque quiero a Miau (nombre que,
claro está, yo no puse) porque fui yo quien lo encontró en la calle. Menuda
gilipollez, todo esto lo era en realidad.
-¿Se te ha pasado ya el cabreo cariño?
-No pienso discutir esto ahora y menos aquí- masculla entre
dientes taladrándome con la mirada- si no tienes nada más que decirme, me
largo.
Se levanta de manera tan trágica como solo ella puede moverse,
casi puedo escuchar cómo el público imaginario parece aguantar la respiración
preparado para ver mi siguiente jugada. Me quedo mirándole el culo y me planteo si
darle una cachetada o un mordisco estará bien visto en público. Total, a lo
mejor no vuelvo a verla… Al final le sujeto de la muñeca (una reacción más
práctica si quiero que todo vuelva a ser normal
dentro de lo que cabe siendo nosotros) y decido ir al grano.
-Quiero al gato
-El gato se viene conmigo.
-Pues os venís el gato y tú. El gato duerme conmigo y tú en
el sofá, o en el suelo o dónde quieras.
-No pienso dormir en ningún lado que no sea mi cama
estúpido.
-Si mal no recuerdo, mi cama es tu cama así que si ya has tenido
tu sesión de drama de novela, me gustaría
poder levantarme y encontrarte en
camiseta y bragas haciendo el desayuno otra vez.
-Solo me quieres para ponerte gordo.
-Y para el sexo, recuerda.
Me mira fijamente, suspira y se sienta.
-Y para qué te quiero yo a ti, ¿Entonces?- me pregunta aguantándose
la sonrisa que sé que me he ganado
-Para tener las peleas que tanto te gustan. Y sus
reconciliaciones, por supuesto.
Y sé, por el modo en que sonríe y se acomoda en la silla que
va a volver a casa. Aunque pondría la mano en el fuego que pensaba volver
pronto, no puede vivir sin mi encanto.
Parece que me lee el pensamiento porque decide aclararme:
-No te he perdonado todavía.
-¡Pero si nunca me perdonas! Ni siquiera sé cuándo dejas de
estar enfadada realmente.
-Contigo es imposible no estarlo.
-Pero me quieres- aseguro aunque esté deseando que ella lo
afirme, una vez más.
-Eso siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario