Me gustaría saber que pasó por tu cabeza el último domingo
de septiembre cuando volví a verte en ese sitio que era tan nuestro. Sentada en
el escalón fumándote el cigarro con la mirada perdida, intenté entender qué era
lo que hacía que tuvieras esa mueca de desdén cuando me viste. Te mentiría si
dijese que una sensación de añoranza no cruzó mi pecho y que al observar esas
medias rotas que tanto me gustaban no sentí ganas de terminar de romperlas si
así conseguía llegar a tus piernas una vez más. Parecías la misma de siempre y,
en cambio, sabía que no lo eras. Los rumores sobre ti habían llegado muy lejos,
aunque creo que por la forma en que me miraste entendí que lo sabías perfectamente. Pensé en
acercarme y saludarte, o al menos intentar sonreírte, pero cuando intenté hacer
algo decidiste que ya me habías dado demasiado de tu frágil tiempo. Como tu
sonrisa. Todavía recuerdo su sonido y tu facilidad para hacer reír a la gente.
Me pregunto si seré yo el causante de que ya nunca esté presente o si, por el
contrario, tu misma decidiste que no valía la pena seguir teniéndola. Dicen
tanto de ti… que siempre estás de bar en bar, buscando algo (¿o tal vez alguien?) que te anime, que vas estampando tus
labios allí donde se dejen besar sin preguntar nada más que no sea ¿dónde vamos?. No parece importarte mucho,
lo sé por el gesto tan desafiante que me has echado cuando te has levantado y
has pasado por mi lado. “Atrévete a juzgarme” puedo leer en tus labios aunque
todavía estén cerrados. Sigues oliendo igual que siempre y veo que todavía tienes
esos andares tan particulares tuyos que parece que bailas más bien que andas.
Por lo que veo sigues teniendo la facilidad de hacer que me pierda por el hueco de
tu espalda ahí donde tantas veces puse mi mano para estar más cerca de ti.
Incluso soy capaz de decirte que sé que, después de este breve encuentro, te
irás a tu casa te tumbarás en el sofá y pondrás la música tan alto que ni
siquiera te escucharás cuando empieces a llorar. O a gritar. O ambas cosas a
lo mejor. O tal vez no hagas nada de
eso y sigas andando como si no me hubieras visto, como si ya no te importase lo
más mínimo. Y tengo que decirlo, por mucho que sea culpa mía, no me gustaría
saber que hace tiempo que me tienes en el olvido.
Por un momento me has hecho sentir que estaba en una esquina, mirando de reojo a la chica de la escalera y observando tu reacción a intervalos. Esas chicas no suelen olvidar fácilmente.
ResponderEliminarTienes toda la razón, es la clase de chica que nunca acaban de irse. Un beso
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