Quisiera poder peinarme los enredos que me causan este cúmulo de
sensaciones de las que no puedo huir. Se forman en mi nuca, ahí donde no puedo
verlos y parecen susurrarme al oído todo aquello que no soy capaz de silenciar.
Mis manos (que desde que no tengo tu piel me parecen un poco torpes) intentan
desesperadas alisarlos hasta volverlos invisibles. Pero el único consuelo que
encuentro es que en cualquier momento con un soplo de aire fresco(o tal vez un
suspiro bien dado ahí donde la piel se eriza) acabará con ellos.
A veces, si cierro
los ojos fuertemente, incluso soy capaz de creerme que no están ahí. Como
cuando fingía que los recuerdos que me arrollaban en momentos aleatorios
no eran más que trozos de una historia que un día llego a ser grandiosa y ahora
se retuerce entre las cenizas intentando evitar su exilio.
Pero nunca acaban
de irse y ya intenté más de una vez cortármelos para acabar de raíz con todo
aquello, aun sabiendo que lo único que conseguiría sería sentirme cobarde y
posponer algo inevitable.
Como mejor están
son recogidos en ese moño enmarañado que tanto te gustaba besar. Nunca supe
eliminar la manía de dejar la nuca al descubierto como si pensara que tus dedos
(en el momento más inoportuno) volverían a recorrerla dejando ese ardor que
tanto me gustaba.
Pero eso, nunca
pasaba. No había caricias, ni soplos que no fuera el viento intentando confundirme aún más de lo que estaba. Todavía sigo
esperando desenredar esto, como cuando peleaba con tus sábanas por quedarme un
día más. A veces pienso que podría utilizar las agujas de ese reloj que parece
reírse de mi estupidez para romperlos, como hice con las promesas, con los
besos. Ahogándome como siempre supe hacerlo.