-Que lo olvidase me dijo tan tranquilo. Que lo odiase si
quisiera pero que no volviera a mirarle de esa
manera.
-¿Cuál es “esa manera”?
-¡Eso mismo le pregunté yo! ¿Y sabes lo que me dijo? Que
dejase de mirarle como si lo necesitase…
¡Cómo si pudiera controlar
lo que siento cuando quisiera!
-Tal vez si puedes, y no lo has intentado lo suficiente.
-¿Y por qué iba a fingir que no me importa o que estoy
genial cuando no es así? ¿Qué gano yo con todo eso?
-¿Tener un poco de orgullo, tal vez?
-Dime una cosa… ¿el orgullo te abraza por las noches? ¿Te
hace feliz? O mejor… ¿es bueno en el sexo?
-No.
- Entonces… ¿para qué voy a quererlo?
-¿Me lo estás preguntando en serio? No todo se basa en el
sexo ¿lo sabías? O en los buenos momentos… A veces hay que mirar si realmente
merece la pena y mirar un poco por tí misma y tu dignidad ¿no crees?
-Sí, eso está genial. Pero de igual manera si creo que
merece la pena ¿por qué no iba a intentarlo una vez más?
-Tu problema es que no sabes cuándo hay que decir basta, y
llega un momento en que en vez de intentar solucionar algo lo único que haces
es empeorarlo.
-¿Y dónde está ese límite? ¿Cuándo está bien abandonar? ¿Qué
señal hay que te diga “para” cuando intentas salvar algo que te importa?
-No lo sé.
-Pues si no lo sabes tú, que eres una persona ajena a la
relación que se supone que es objetiva… ¿Cómo voy a saberlo yo?
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