A este chupito invito yo

Síguenos en Twitter

29/7/13

Que este lunes parece un domingo,

Nunca tuve una voz bonita.
Por eso no te hablo.
Te escribo porque, ya que no puedo erizar la piel a base de susurros,
pienso regalarte silencios.
Que más que erizar, encojen el corazón.
Hasta casi ni sentirlo.
Y de repente.
Pum.
Un latido.

Me encantaría,
poder enamorarte simplemente con pronunciarte.
Que me obligases a leerte hasta gastarte.
Y luego te quejaras de que estás desapareciendo,
para yo pintarte, colorearte y bes(arte)
Pero me limito a describirte,
entre estas palabras que intentan decir todo lo que callo
para que te quejes de llenarte la boca de ellas,
y poder quitártelas todas a mordiscos.
Y ojalá muerda un punto y final para convertirlo en seguido.
Tal vez me trague algunas que no deberíamos haber dicho,
por aquello de ojos que no leen, corazón que no siente,
para no tener que morirnos momentos después de haberlo escrito.

Podría grabarme un vídeo,
y escucharme por primera vez,
para ver qué es lo que me cuento.
Entenderme un poco más,
por cada mirada que me dedico y saber leerme
-aunque sea un instante-
cuando mis labios sellen y no sepan descifrar
las palabras invisibles que bordan la hoja que habría memorizado.
Pero ya te dije hace unos cuantos versos (o besos, no me acuerdo)
que mi voz no está hecha para hacer esa magia.
Que solo mis manos pueden llegar a aproximarse aunque sea un poco a tal orgasmo.
-Y eso que siguen temblando cuando te acercas-
Que no me queda otra, que intentar embaucarte en silencio
que estas palabras te lleguen a dentro
-tan tan hacia dentro-
que nada pueda sacarlas y, allí mismo, entre ellas
seguir viviendo(te).





00:01:59

Decidió ser musa, cansada de escribirle innumerables versos que no llegó a mirar ni siquiera de reojo. Creía con una fe ciega, que aquellas líneas que inspirase podrían ser utilizadas como bálsamo por su ausencia y se untó cada día algún que otro punto y seguido con la esperanza de verlo al cruzar alguna calle o tropezarse con su espalda si andaba distraída.

Todo empezó una noche de verano, cuando decidió- desesperada por tenerlo-regalarle sus versos para ver si él conseguía sacarle más provecho. Los mató en otra cintura y en la ruptura de cada sílaba que decidió entonar en otras piernas, encontró aquello que había estado buscando. Qué casualidad. No contento con ello, le escribió un poema entero a lo largo de su espalda utilizando todas y cada una de las palabras que ella había susurrado cuando dormía.

Y qué jodidamente bonitas quedaban en ella.
Y que feas y maltratadas se veían en su propia piel.
Y qué jodido es el amor.
Y que rota esta ella.
Y la otra parece que flota.
Y qué bonita su sonrisa cuando la mira.
Y que llegue ya el invierno para terminar de congelar su corazón roto.
Y que alguien la salve o la hunda, pero que no la deje a medias. Que está harta de los términos medios, que quiere ser un extremo, dice. De los que duelen o sanan. Que son odiados o amados. Pero ser algo. Quiere ser un soplo, porque escapa del alma y nunca vuelve. Quiere todo menos ser. Dejar de suspirar espacios cada vez que escriba en su nombre y abandonar todo aquello que tenga relación con su persona. Quiere vivir en él muy lejos.

Está cansada. Si le pinchas, sangra-o eso solloza mientras pega con celo sus ilusiones. Que las bombas estallan.
Y es tan larga su cuenta atrás que en cualquier momento va a explotar.
(que sea entre sus piernas, ruega, aunque no lo dice)

23/7/13

Entre versos la distancia suspira, de ahí viene que consigan erizar la piel.

Decidió una noche de verano escribir los versos más bonitos jamás escritos y sólo pudo admirar su papel en blanco. Pensaba hablar tanto y tan largo, que no habría espacio capaz de aceptar todo aquello que había callado a lo largo de su vida y que había decidido contar porque no tenía hueco ni para un punto más. (Imagínate la frustración que sintió cuando no pudo callar ese tequiero que gritó en mitad de la conversación porque se estaba asfixiando). Fue ese instante, cuando frunció los labios molesta por su pequeño desliz y al ver la sorpresa reflejada en su cara cuando admitió que tenía un pequeño problema.

De tanto matarse, se había quedado muda.

Y no había forma posible de explicarse, ni de escribirse, ni de dejar de empequeñecerse.

Asustada, se mantuvo durante horas delante del folio intentando poner orden a la ansiedad que empezaba a atormentarla. Porque si había algo más horrible que no poder guardarse nada más, era tener que vaciarse hablándole. 

Ella, que nunca había sido capaz de nombrarlo de otra manera que no fuera entre líneas.

Más si al principio había estado asustada muy poco tardó en enfadarse. Se plantó delate suya y, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, le preguntó quién se creía que era para robarle la inspiración, las palabras e incluso los suspiros. Le dejó claro que ella era dueña de su vida, de sus decisiones, de sus inseguridades y que si él aparecía en cada sonrisa que formaba era culpa suya. Le reprochó, indignada al ver su cara de confusión, que nada de eso habría ocurrido si no hubiera aparecido en su vida con esos aires de chulo y esas pecas salpicándole partes de su piel que parecían gritarle por un bar de besos un día de esos. Explicó hasta incluso enredarse ella misma, cómo había pasado de ser ella a ser casi él, como intentaba huir de su presencia incluso cuando evitaba encontrárselo (sobre todo cuando decidía aclarar la palabra felicidad y por alguna extraña razón, lo más lógico era anotar su nombre). Le amenazó con demandarlo por quitarle su cordura y le aseguró que lo mataría si después de todo cuando volviera a casa lo describiría entre cada espacio que decidiera dejar.

Sin embargo, a partir de ese día, después de hablar hasta poder volver a escribirle, no volvió a coger un solo lápiz.

Decía entre sonrisas, que había encontrado un nuevo lienzo,
que en la curva de su espalda
los versos nacían y morían solos
y que ella solamente los animaba 
a crear.




17/7/13

Conversaciones de medianoche.

-¿Crees en el amor a primera vista?
-Más bien creo en hacerlo.
-Pero eso no se puede conseguir con una simple mirada.
-Claro que se puede. Él conseguía desnudarme con su sonrisa... Imagina la de orgasmos que me producía con sus bonitos ojos.
-Y entonces, ¿qué dejaba para luego?
-Nunca había un después tratándose de él. Era aquí y ahora, me mataba y se marchaba con tanta frecuencia que a veces tenía que mirarme para ver si seguía vestida.
-Y si estabas desnuda, ¿qué hacías?
-Dependiendo del momento: si no estaba él para taparme con sus besos, escogía el calor de otros abrigos, y si lo tenía cerca aprovechábamos la ocasión.
-¿Estás hablando metafórica o literalmente?
-Una mezcla de ambos, sin duda.
-Vivías intensamente, por lo que se ve ¿eh?
-¿Acaso hay otra manera de hacerlo?
-Para ti estoy segura que no la hay. Y cuando desaparecía... ¿cómo sabías que volvería?
-Nunca lo sabía, de ahí que me gustara tanto. A veces aparecía cuando estaba decidida a abandonarlo y otras decidía quedarse cuando ya lo había olvidado... Pero siempre conseguía que lo recordase... el muy cabrón.
-¡Pero si te encantaba! Con lo que te gusta complicarte seguro que te sentías como en casa.
-Por supuesto, conseguía erizarme la piel nada más decir mi nombre ¿qué más podía pedir?
-¿Un poco de estabilidad? ¿Amor? ¿Poder contar con él en cualquier momento y saber que estaría ahí?
-Te diré un secreto, algo que mucha gente parece no querer escuchar:  cuanto más se intenta atar a una persona, más tendencia tiene a salir huyendo. ¿Y el amor? ¡Está sobrevalorado! Siempre lo ha estado.
-¿Y por qué lo busca tanta gente entonces?
-Porque nadie ha sido capaz de entenderlo... y porque es una bonita excusa para situaciones en las que has actuado de una manera diferente a tus principios, estoy segura.

14/7/13

Un segundo más y desapareceré.

El último pensamiento que te dediqué fue cuando te fuiste. Te grité sin ni siquiera despegar los labios que te dieras la vuelta y me miraras una vez más. Recuerdo tu espalda despidiéndose de mis besos y tus manos provocando ardor en cada parte de mi piel que sollozada al saber que no volverías a tocarla.
Ese fue el penúltimo instante en que te recordé, hubo otro dos días después, cuando pensé que no volvería a verte y choqué con el fantasma de tu sonrisa al vestirme con esas bragas que se toparon con tus caderas más de una vez. Luego, opté por dejar de hacerlo y decidí empezar a escribirte porque sabía que nunca llegarías a leerme (y menuda alegría era poder describirte en cada punto y seguido que ponía sabiendo que nunca llegarías a descubrirlo). Me convertí en la tonta que era incapaz de terminar el libro que tantas veces releía porque me recordaba demasiado a nosotros (si es que alguna vez fuimos) y no quería aceptar su final. Absurdo, ¿no crees? Intentar evitar algo que ya está escrito, como aquella vez que te pinté en la espalda esos versos que me robaste y, exigiendo pertenecerte, no me dejaste nunca suspirarlos. Porque si hay algo mejor que escribir, es contarlo (en voz baja, tan baja como cuando solía pedirte que me quisieras un poco más).

Pero hace unos días, cuando sentencié que ya había gastado suficientes letras en tu ausencia, entendí que, en realidad, nunca te marchaste.
Porque no llegaste a quedarte...
o, tal vez, porque nunca terminaste de irte.

Y aquí sigo, esperando tu regreso, tu partida o que, de una jodida vez, llegues. 
Y te quedes, 
o te despidas
 o me busques. 

8/7/13

O también, podría dedicarle este poema.

Podría decir, a día de hoy
que no hay mejor parsimonia
que tu sonrisa por las mañanas,
al contrario de tus andares
que parecen derrochar delirios
por cada movimiento
que realizas.

Valdría, simplemente
con dibujar a oscuras
la silueta de tus caderas
que parecen llamar a mis manos
para deslizarse entre ellas
como terciopelo.


Y cantarte,
con la voz rota
de tantos suspiros en tu nombre
notas que erizan la piel
como los producidos
por tus besos
entre los huecos de mis lunares.

Dedicarte
 el más triste de los poemas
porque en él habrá tanta belleza
como en tu mirada,
y dolerán de igual manera
cada silencio que produzcan
cada palabra que digan.
Romperán corazones allí donde sean
dedicados, observados,
robados
y hallarán la perdición en aquellos
que, bajo puro egocentrismo,
crean ser sus dueños.


5/7/13

Algún día acabarás conmigo.

Siempre creí entender que el peor miedo posible era quedar en el olvido. Pero ahora, que observo como mis manos tiemblan a causa del simple pensamiento que es escribir no estoy tan seguro de ello. Qué me has hecho, que el temor a decir más de lo que niego salga a la luz parece aumentar en proporción a tu sonrisa cuando me miras. Páralo, ahora mismo. Deja de volverme loca y quítame todo (incluso el alma) pero deja en paz a mis ganas de inventarte. No te pertenecen, es lo poco que no deberías poder quitarme y sin embargo me estas robando algo que ni yo misma entiendo. Quiero que me expliques porqué siempre te encuentro entre palabras que no deberían ni siquiera rozarte, cuando releo aquello que he plasmado y te encuentro escondido con esa sonrisa de medio lado que me dan ganas de matarte.
O más bien besarte-.

Me gustabas más cuando te sentía menos, cuando no era capaz de verte entre frases que a mi juicio parecían inocentes y tu espalda no se asomaba al final de cada punto y aparte.
Como un eterno abismo-,

Me asustaba menos cuando podía controlar mi pulso, cuando todo era más fácil y menos complicado porque eras unos labios bonitos a los que besar. Y lo único que podías quitarme era el aliento.
Aunque sigues consiguiéndolo-.
Me odiaba más cuando nos mirábamos sin vernos, cuando sonreíamos sin los ojos, cuando hablábamos callándonos y los besos ajenos sabían a abandono.

Llámame idiota, por sentirme como me siento, aun teniendo heridas que se niegan a terminar de cicatrizar. Pero siempre fui de cometer errores tontos y, al final, de agradecer más de un estúpido tropiezo.
Y si tú eres el mayor de ellos, dime donde firmo,
que de perdidos al río
y si hay que matarse,
que sea en tu pecho, chico-.


2/7/13

Decidió regalarle el insomnio porque su existencia dependía de cuantos volantes había llevado ese día su falda.

Siempre tuvo claro que su reloj debería tener tres manecillas: una para los silencios, otra para las desilusiones y otra para la nostalgia. De suspiros no hacía falta llevar la cuenta porque su sonrisa solía vaciarse con la misma frecuencia y de poco le servía ella saber las horas si su vida giraba en torno a la ausencia que solía acompañarla de madrugada. Pensaba que todo era más fácil cuando menos se decía porque una vez que hablaba no había posibilidad de hacerla callar y era tanto lo que tenía que decir al mundo que siempre optaba por hacerse la muda. Tenía como vacío favorito el instante que se quedaba sin aliento, cuando su corazón conseguía darle un vuelco y se rebelaba contra sus intentos de retenerlo en contra de su voluntad (aunque siempre había un par de latidos de más que proclamaban ser dueños de su propio destino). Algunos de ellos llegaron a morirse entre sus vaqueros pero a decir verdad, demasiados proclamaron su suicidio teniendo como consecuencia su presencia (o la falta de ésta).

Nunca quiso creer en el destino pero siempre paladeaba su excusa cuando lo veía pasar, o cuando volvía a olvidarla. Decía que todos éramos dueños de nuestras vidas pero, en el fondo, no era más que un intento de acallar la verdad que la carcomía por dentro: hacía demasiado tiempo que había regalado su vida al jodido amor. Que no es lo mismo que decir a un hombre. Tenía cierta tendencia a amoldar causas perdidas (aunque más bien se amoldaba ella a éstas). Siempre supo que no sería feliz con un hombre, porque mucho antes de ellos ya se había enamorado una vez.

Fue de una simple idea. Se implantó en su cabeza entre libros y nunca consiguió olvidarse de ella.
 No mendigaba amor, solo buscaba el calor de unas sábanas para poder dormir mejor. Y siempre sabía a la perfección que podía ofrecer a un hombre y lo que podía recibir a cambio. Siempre tuvo los pies en el suelo, sin poder volar a no ser que fuera entre caladas o gracias a una botella que vaciar.

-Nunca vivió el amor, pero entre sábanas encontró más realidad y calor que otras que se dedicaban a hablar en su nombre.