A este chupito invito yo

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11/3/13

¡Pobre chico!


Anda hipnotizado entre el eco de sus tacones, enredado en esos bucles que adornan su cara y perdido en la curva de su espalda. Siempre tuvo demasiados vicios, ansiaba más de lo que podía tener, era un hombre demasiado avaricioso. O ambicioso, como solía responder cuando alguien intentaba hacerle ver que depender tanto de algo siempre era un error. Se las daba de independiente y que dotaba de toda la libertad que él quisiera darse pero todos sabían que no podía vivir sin esas caladas antes de acostarse, ni despertarse sin la botella medio vacía que solía tener en el cajón donde guardaba su foto. Pobre chico, que dependía de tantas cosas que uno no sabía cómo, por el camino, podía seguir vivo. Tiene una sonrisa tan hueca, que más de una ha intentado llenarla metiéndose en su cama. ¡Lástima que sea un hombre que depende de alguien que se fue de su vida hace demasiado tiempo! Vive entre bares buscando ese calor que ella solía darle y renunció a cualquier compromiso que no fuera entre él y su botella: él nunca la olvida y ella nunca le deja. La relación perfecta, como asegura hundido en el sofá cada vez que recibe visita pensado, una vez más, que es ella. Debe demasiado para ser feliz: una cartera que no puede tocar fondo, un mechero que siempre tiene que funcionar y un corazón roto que jamás puede curarse. Todavía asegura que, después de tanto tiempo, sigue perdiéndose entre las carreras de sus medias. ¡Como si no hubiese podido borrar sus huellas! Asegura entre risas desesperado. Tiene colgado en su cuarto ese cuadro que ella pintó cuando un día se despertó y decidió ser una artista famosa. Incluso abajo sigue teniendo esa pequeña nota que decía: por el principio de una gran historia. Qué ironía, piensa cada vez que lo mira: su historia fue tan corta para él que no valía la pena ni escribirla. Pero algo hay que decir: nunca baila. Dice que solo puede seguir el compás cuando mueve sus manos sobre su falda.

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