Me he perdido tantas veces que cuando me encuentro, nunca se que decirme. Si supieras, la de discursos que escribí acompañada de un cigarro los días que decidía que iba a ser la misma otra vez, quizás me tomarías menos en serio. Podría hablarte de las veces que las palabras se me perdieron en la garganta y nunca fui capaz de rescatarlas, de las veces que me quedé muda ante mi reflejo insegura de los sentimientos que se amontonaban en mi pecho y que no sabía canalizar. Porque ocurre tan pocas veces que cuando me miro, ni siquiera me reconozco. Y si lo hago, desvío la mirada porque no es lo que estaba buscando.
Siempre tuve claro, que perderse no era sinónimo de encontrarse.
Que una vez olvidada, nadie era capaz de rescatarte.
Y quien decidía buscarse en otras personas o dejarse llevar por ellas aceptando su ayuda, estaba sentenciando su muerte.
Pero-siempre hay uno- llegaste.
Y ya no había búsqueda, ni caminos, ni perdición.
Porque solo estabas tú.
El resto, bien podría haber acabado ardiendo que yo no habría sido capaz de darme cuenta inmersa como estaba en tu sonrisa.
Dejé de buscarme, porque el perderme en ti era tan satisfactorio que no tenía necesidad alguna de recuperarme.
Porque tu cuidarías de mi en mi propia ausencia.
Creo que el peor miedo existente es el perder a alguien
que te mantiene a flote, que sabe salvarte y sacar lo mejor de ti.
Porque al perderlo, te pierdes a ti misma.
(Creo que esta es una de las razones por las que no puedo estar sin ti)