A este chupito invito yo

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1/3/13

Conversaciones en un bar


Se sienta enfrente de la barra y apoya sus codos con desánimo mientras espera que algún camarero venga a atenderla. Hace una mueca, el taburete cojea.

-¿Qué vas a tomar?- le pregunta con una sonrisa mientras limpia un vaso con un trapo que, para su juicio, está ya un poco sucio.

-Lo más fuerte que tengas.

-¿Mal de amores eh?-le pregunta, más bien afirma el hombre mientras le sirve un vaso demasiado cargado para lo que ella está acostumbrada- He visto millones de casos aquí. No entiendo por qué la gente se piensa que ser camarero es fácil, soy un pluriempleado: aparte de servir, escucho y luego si puedo, aconsejo. Aunque tengo que avisarte que este tema nunca se me dio bien.

-¿Por qué siempre dan por hecho que es mal de amores?- pregunta mientras se masajea la sien intentando borrar recuerdos. Le da un trago y nota como le escuece la garganta.

-¿Acaso no es eso lo que suele hacer que la gente venga aquí para ahogar sus penas en un vaso?

Otro trago.

-Yo vengo a olvidar, nada más.

-Rubia, cualquier persona que esté a estas horas aquí tiene ese propósito, y te puedo asegurar que más de la mitad es por amor.

-Pues yo no-otro trago- quiero olvidar la muerte de alguien.

Nota como el camarero le mira con lástima, sabe que habrá borrado su sonrisa y que tal vez intenta buscar las palabras justas que se dicen en momentos como éste y que no suelen servir para nada. Sabe que es así aunque no haya apartado la vista de la servilleta que lleva en sus manos. Gracias por su visita lee. Que irónico, piensa, sabe de mil y un lugares mejores que éste y sin embargo, ha venido aquí. Tal vez porque el mal ambiente va hoy a juego con su estado de ánimo. O puede ser que viniese aquí porque él siempre decía que, si alguna vez querías planear tu suicidio, éste era el mejor sitio.

-A esta invito yo- dice al fin recogiendo el vaso vacío y colocándole otro.

Cierra los ojos y solo lo ve a él. Decide hablar porque espera que, con un poco de suerte, consiga acallar la voz que retumba en su cabeza recordándole lo que va a perder.

-No es una muerte física, al menos eso espero- suspira y saca del paquete de tabaco el último cigarro que le queda. Al parecer hoy no le queda nada- es algo más complicado- decide aclarar ante la ceja alzada del hombre medio calvo que tiene delante.  El hombre se rasca la barba de algunos días que tiene y le pregunta con más curiosidad de la que intenta aparentar:

-¿Entonces de que se trata?

Una calada, otro trago.

-En realidad su muerte no me preocupa, porque es necesaria para su resurrección. Y cuando eso pase, empezará a vivir de nuevo y a ser él otra vez.

-¿Y qué es lo que habrá cambiado?- Todo, piensa. Pero no lo dice porque sólo de pensarlo ya le duele. Escuece más que la bebida que está tomando. Hace una mueca, necesita algo más fuerte.

-Que cuando se despierte ya no estaré allí.

-¿No vas a despedirte?- niega con la cabeza y bebe  intentando ahogar su sonrisa, que parece haberse plantado en su cabeza sin querer irse. Oye a lo lejos el ruido de una pelea pero no le presta la atención que se merece, está demasiado ocupada huyendo del pasado como para hacer otra cosa.

-En realidad, aunque no lo entienda, le estoy salvando de su autodestrucción.

-¿Su autodestrucción?

Esboza una sonrisa irónica y le responde entre caladas:

-Si, al parecer esa es la única forma posible que existe para quererme.

El camarero asiente aunque está segura de que no ha logrado comprender el motivo por el que se encuentra aquí, sola, en un bar cutre en vez de en su cama con su brazo agarrándole la cintura. Sin duda, tenía razón cuando decía que aquí se podía planear un suicidio. Este sitio era lamentable. El frío calaba los huesos y el olor a lamentaciones provocaba mareo.

-Le estás salvando de ti misma entonces, ¿no?

Otro trago. Un suspiro.

-Exacto. 

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