Nos encontramos ante una situación demasiado típica como para poder hacernos sentir
algo de frustración, amor irracional hacia el personaje o hacernos sentir agobiados por ver
cómo va a acabar este momento de supuesta tensión existente. Estamos ante una
estación, una chica con una maleta demasiado grande para la poca estatura que
tiene, un tren que empieza a llegar a lo lejos y el poco novedoso chico que ha
sido un completo capullo conduciendo como un loco para llegar a su encuentro.
Ella mira el reloj, mira la escalera donde espera que él aparezca y mira el
tren deseando que, por una vez, no sea tan puntual como siempre ha sido. Él
conduce casi por instinto, intentando memorizar algo del pequeño discurso que
espera que le llegue lo suficiente como para no subirse a ese jodido transporte
que quiere llevársela lejos mientras se fuma el cigarro que tiene en la otra
mano porque si no va a matar a alguien. Y
el maquinista de este tren, solo está deseando llegar a su casa para sentarse
en el sofá acompañado de un café y de su mujer, ¡qué coño!, está deseando salir
de aquí para ir al bar a tomar unas cervezas y llegar lo suficientemente
borracho a su casa como para poder aguantar los discursos demasiados
repetitivos de su mujer sobre su forma de ser.
Hasta ahí, todo está tal y como debe ser: el tren va a
llegar puntual, ella mirará por última vez la escalera esperando escuchar entre
gritos su nombre y luego después de una conversación de las abuelas que tiene
detrás sobre sus nietos como respuesta, subirá después de un largo suspiro con
esa maleta que parece llevarlo allí dentro de lo que pesa (incluso pensará en abrir la
maleta para ver si está allí encerrando con su sonrisa de medio lado y sus ojos
verdes, aunque luego tachará la idea y se insultará mentalmente por la
estupidez que está pensando) y el llegará corriendo justamente cuando el tren
está partiendo, gritará su nombre hasta quedarse sin voz saldrá corriendo
detrás del tren pensando que, claro está, va a poder alcanzarlo con su gran
velocidad y podrá entrar de un salto en el vagón porque (casualmente) tendrá
una ventana abierta por la que podrá entrar, pero acabará arrodillado en medio
de una estación vacía (al parecer todo el mundo cogía justo ese mismo tren) llorando a lágrima viva (cosa que nunca antes
había hecho) maldiciéndose por haber perdido al amor de su vida.
Pero, tal y como he dicho anteriormente, la situación sería
demasiado normal como para emocionar de alguna manera al
personal, así que nada de esto sucede. El tren llega puntual y cuando abre sus
puertas la chica entra con su maleta pesada y se sienta justo en el único
asiento que no tiene ventana porque ha decidido que, si él quiere salir
corriendo gritando su nombre, no quiere verlo. Empezará a llorar desesperada mientras escucha la canción más triste que
tenga y cada segundo que pasa desde que el transporte empezó a aparecer a lo
lejos pensará que debería no subir, o subir y mirar por la ventana, o llamarlo
para decirle que coge el siguiente tren y que le da una oportunidad para
explicarse y que si no la convence, al menos nunca tendrá la espina de
haberse ido de la estación sin ni siquiera un último adiós. Y mientras ella vive el drama de su vida, el
estará aparcando en el parking, decidido a que pasa de los discursos
empalagosos y que simplemente le dará el besazo de su vida en mitad de la
estación y que luego le dirá lo muchísimo que la quiere. Se dará cuenta de que
no tiene la cartera encima por lo que no podrá pagar el billete para llegar a
donde está ella y le soltará la charla de “mira ahí fuera hay una chica…” y la
recepcionista, en plena ruptura con su novio y en el estado mental de “odio a
los hombres” le dirá que se joda por haber sido un capullo y que tiene que
pagar. Pero como resulta que también tiene que haber acción para que sea a
gusto de todos los públicos, no pagará e irá corriendo importándole una mierda
el resto, en su busca. Subirá las escaleras que le llevarán hacia el andén
corriendo como nunca lo ha hecho y llegará a tiempo para ver al tren partir. El
conductor del tren, mientras, estará pensando porque decidió trabajar de esto
cuando su sueño siempre había sido ser un cantante famoso que ha visto medio
mundo en el que su vida transcurre entre bares, fiestas y diversión y se plantea
seriamente afinar su guitarra y su imaginación e irse dejando a su mujer en su
estúpida peluquería con sus cotilleos y su afilada lengua fuera de su alcance.
Por lo que tenemos: un tren que se marcha con un conductor
que piensa cambiar de estilo de vida, una recepcionista que se está planteando
si debería llamar a su exnovio o seguir siendo una completa zorra con cada
hombre que aparezca en su campo visual, un chico que ha llegado tarde y una
chica que… ¿dónde está la chica? Ah sí, es esa chica que decidió darle el
beneficio de la duda, decidió bajar del tren y coger el siguiente si veía que
no funcionaba y que ha visto como su chico llegaba corriendo gritando su nombre
sentada en su equipaje. Él se acerca a ella y ella le mira intentando decidirse
si darle un guantazo por ser tan capullo o comérselo a besos por la escenita
que acaba de montar. Como nunca se le dio bien elegir, decide hacer las dos cosas.
El chico promete cambiar y ella decide creerle, por eso cuando llega el
siguiente tren se sube sola y él se queda en el andén mirándola. Porque si,
puede que cambie, pero ella también necesita hacerlo.
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