A este chupito invito yo

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31/3/13

Cada carta es una de las mentiras que nos dijimos.


Te escribí 25 cartas. Ni una más ni una menos. Y cada una de ellas eran la sombra de lo que fue la curva de tu sonrisa cuando me sonreías. Casi puedo revivir nuestro último encuentro en cada punto suspensivo que te dedico.  Las escribo con tanta desesperación que mis palabras parecen gritarle a tu ausencia que vuelvas, como si por el hecho de meterlas en un sobre hicieran que tuviera más valor que cuando están desnudas en una simple hoja. Las arropo con esa marca del beso que siempre te debí y se me olvidó regalarte y las acuno con esa canción que era tan nuestra cuando las peleas se solucionaban a carcajadas. Las releí tantas veces antes de mandártelas que algunas parecen arrugarse como lo hacía tu frente cuando te enfadabas. Parece que mis manos sólo son capaces de escribirte que no quiero verte y una parte de mi odia que sepas leerme entre tantas mentiras y deduzcas que sigues  matándome cada vez que creo reconocerte cuando voy distraída. Y no te creas que siguen guardadas en mi último cajón olvidadas como están ahora las promesas que nos hicimos. Todas y cada una de ellas fueron metidas en ese buzón que parece tragarse las ganas que te tengo cada vez que deslizo una por su rejilla. Sin embargo, nunca soy capaz de poner tu dirección. Siempre que lo intento me tiemblan tanto las manos que al final solo queda un feo borrón tal y como acabó nuestra historia. Llámalo miedo. Llámalo vanidad.

30/3/13

Perder el tren a veces no es algo tan malo... sobre todo si estás tú

-Hola
-No tengo fuego, así que ya puedes marcharte.
-¿Cómo sabes que iba a pedírtelo?
-Porque se lo has preguntado a media estación y llevas un cigarro en la boca.
-Vaya, veo que no me has quitado la vista de encima, que halagador
-Estoy esperando un tren.
-¿Y esa es tu excusa para intentar desnudarme con esos bonitos ojos verdes?
-Eres bastante capullo, ¿lo sabías?
-Y a ti se te ve bastante amargada... seguro que lo has perdido por eso.
-Eso es una estupidez además..¿cómo lo sabes? Creo que quien está acosando aquí eres tú.
-Yo no he dicho nada de acosar, ¿me estás acosando? Vaya con la chica borde...
-Deja de reírte de mí
-No puedo evitarlo, con esa mirada de odio al mundo ¿cómo no ibas a perder el tren? Lo raro es que sólo hayas perdido eso.
-No odio al mundo, solo a ti  que eres bastante insoportable.
-Eso no te va a traer nada bueno. Esa forma de ver las cosas, digo.
-¿Tienes complejo de psicólogo o qué?
-Puede, pero cuando no eres feliz la suerte nunca te acompaña...
-Se ve que no si sigues aquí.
-... pero eso está a punto de cambiar ¿y sabes por qué?
-Sorpréndeme.
-Porque voy a invitarte a un café
-¿Y qué te hace pensar que voy a aceptar?
-El hecho de que todavía sigues aquí.

29/3/13

No siempre son buenos días.

Que no puedo escribir sobre amor, me dicen. Como se nota que no te han visto sonreír alguna vez.
¿Basta con esa frase para callar bocas o necesito un texto enorme para que decidan que es suficiente?
Qué fácil es hablar cuando el corazón no está roto ¿eh? Esos te quieros susurrados, las frases dedicadas a momentos que solo de pensarlo sacan sonrisas... que fácil es explicar algo cuando uno es feliz. Cuando está lleno, ya sabéis a lo que me refiero.
Ahora, decide escribir cuando tengas el estómago echo un puño y ese instrumento que tantas veces he tenido que reparar, roto otra vez. Intenta explicar ese cúmulo de decepción, tristeza, anhelo y esa sensación de sentirse un completo gilipollas en unas frases. Ojalá sepas sacar toda esa mierda de dentro nada más sentarte y decidir que vas a lograrlo. Porque yo, a día de hoy, todavía no soy capaz de hacerlo. Me gustaría verte ahí sentado, cuando en tu cabeza tenga ese enrollo de pensamientos y sentimientos que difícilmente es uno capaz de separar y analizar. Y, que conste, no estoy hablando solamente de un desamor, por favor no todo gira alrededor de eso. Y ahora me diréis ¡pero si es lo único de lo que escribes!. Pobre del que no sepa leer entre lineas y solo vea una escena con frases bien escritas.
Como se nota que no tengo un buen día ¿eh?
Podría escribir sobre amor, pero eso es tan efímero que no me daría tiempo ni a terminarlo.
Escribir sobre derrotas es algo más complicado, pero te aseguro que para escribir sobre ello tendría tanto tiempo en este blog que podría colapsarlo.

27/3/13

Querido supuesto destino.


Querido supuesto destino:

No voy a mentirte, nunca creí en tu existencia. Pero te escribo esto porque, ya que cada persona que me rodea suele referirse a ti cuando algo me ocurre he pensado que debería decirte un par de cosas para dejar las cosas claras.
Primero ante todo decir que me parece ridículo echarte las culpas de las cosas que solo tenemos culpa nosotros mismos y nuestra conciencia.  ¡Con qué facilidad uno se rinde alegando tu nombre en vez de luchar por lo que siente! Parece que actúas como bálsamo para aquellos que no son capaces de aceptar que las consecuencias vienen de actos propios. ¡Como si por asegurar que todo pasa porque tiene que ser así, curase las heridas o se aceptasen las batallas perdidas! ¿Qué ridículo suena no crees?

¿Y eso que dicen de que es imposible evitarte, que estás escrito desde antes incluso de nuestro nacimiento y que sólo podemos aceptarlo y convivir con ello? ¡Menuda reflexión más estúpida e incoherente! ¡Claro que es imposible evitarlo si nos dedicamos a aceptar que tienen razón y que existes! A mi juicio tengo que decirte que me niego a aceptar que no soy dueña de mi vida y mis consecuencias. Y si está escrito desde hace tiempo cada paso que voy a hacer en un futuro, me niego a aceptarlo y quedarme de brazos cruzados. Existes porque pareces ser necesario para ciertas personas. No asumas el papel de ser divino que no tienes.

Sinceramente pienso que yo soy la que te está escribiendo, por cada decisión que tomo o abandono, por cada pelea que gano o pierdo. Por cada puerta que abro o cierro.
Así que déjame decirte que, por mucho que cada vez que caiga o me tropiece con la jodida piedra de la que tanto hablan y que parece que soy incapaz de ver, nunca será por tu culpa. Solamente seré yo, siendo tan cabezota como siempre intentando mejorar algo que hace tiempo que está perdido. Seré yo aprendiendo de errores que duelen.

No te atrevas a llevarte ese mérito.

Besos,  una chica que aborrece tu nombre.

24/3/13

Entre seda y encaje.

Me dejó un rizo de dudas y miedos que desenrollar y el trozo de lo que un día fue nuestra historia en una mísera nota mal escrita. Pero no se contentó con esto, de vez en cuando me tropiezo con alguno de nuestros recuerdos en los rincones más inesperados de mi habitación. Una parte de mí todavía espera reparar ese desliz que surgió como si de una carrera de tus medias se tratase, algo inútil como me solías recordar cuando las ganas podían más que nosotros mismos y acababan en la esquina de la habitación olvidadas. Y ahora, que el olvidado y roto soy yo, ya no compadezco a esas medias que después de tanto rozar tu piel se contentaban con esperar a ser tiradas cuando alguien se acordase de ellas. Al menos, ellas tenían la oportunidad de saber cuándo no volverían a recorrer tus piernas. Y en cambio, soy tan sustituible como una de ellas, incluso me atrevería a decir que buscarías unas más baratas y que diesen menos problemas, esas de usar-y-tirar que si tuviesen un solo descosido no dolería arrojarlas y buscar otras nuevas. Tiene gracia que algo que tanto me gustaba quitarte ahora me de tanto remordimiento tirar. Tal vez sea porque, ahora que no estás, entiendo ese reclamo que parecen gritar desde el suelo pidiendo una vez más que repares en ellas. Quizás tenga algo que ver con la indiferencia que mostrabas al pasar de largo y decidir que ya te habías aburrido de esas. O que necesitábamos que fuéramos necesarios en tu vida y no un simple complemento que a veces te pruebas y otras veces regalas.

21/3/13

Para tí, corazón.


Siempre pensó que las mejores historias de amor eran aquellas en la que los protagonistas nunca acababan juntos y ellos no eran una excepción. Tal vez, sin querer, se dejó llevar por ese patrón y por eso siempre tiene esa sonrisa triste de alguien a quien le han roto el corazón demasiadas veces. O puede que ella misma lo provocase, parece ser que es aficionada a los amores bomba, esos que cuando menos te lo esperan estallan y te rompen. Por eso nunca está sola, creo que piensa que si está rodeada de gente evitará que explote, o que tardará más en mandarlo todo a la mierda e irse. Que viene a ser lo mismo.
Aunque según me han contado, es ella la que suele acabar con todo desde esos quince centímetros de tacón que siempre usa. Piensa que el amor verdadero es  aquel que empieza y en cualquier momento cuando menos te lo esperas acaba, el que marca y luego es imborrable, el que siempre te deja con ese quizás en la cabeza esperando que en cualquier momento al cruzar esa esquina vuelva a aparecer y a desordenar tu vida una vez más. Aquel amor que marchita aún después de años de haber muerto, que no quieres olvidar simplemente porque puede regresar y que se quiere porque sabes que nunca va a volver.
Ese que prevalece de los demás porque es demasiado dañino y perfecto para reemplazarlo. Ese que su ausencia te hace recordar por qué debió quedarse esas noches perdidas en la ciudad mezclando el alcohol con las ganas y te hace dar gracias por su partida cuando al sonreír a otras caricias decides que esta vez va a funcionar.

20/3/13

Conversaciones II


-¿Se marchó? ¿Así sin más? ¿Después de todo lo que te había dicho?
-Sí, sin un beso de despedida, ni un abrazo. Nada.
-No lo entiendo.
-Ni yo, pero él parecía saber perfectamente lo que estaba haciendo porque sonreía.
-…
-¡No me mires así! ¿Hace falta que te recuerde que no nos debíamos nada?
-Ya sé que hicisteis ese estúpido pacto mudo de no ser nada pero joder, no puede largarse así sin más de tu vida ¿no crees? Sin una explicación, o al menos un puto beso o algo ¿no?
-Bueno, no tuve una explicación pero sí un buen polvo.
-Pero qué puta eres tía…
-Seguramente lo sea, pero al menos siempre supe lo que podía o no tener de él y las explicaciones nunca fueron su fuerte.
-Eres masoquista: primero te entregas a él y ahora se larga y te deja a ti y a tu corazón roto.
-Ah no, no te equivoques, mi corazón ya estaba roto de antes.
-¡Pero me dijiste que estabas enamorada de él! Me mentiste.
-No te mentí pero ¿crees de verdad que el querer a otra persona cura viejas heridas?
- ¡Claro que lo hace, de eso se trata! De que te curase no que te lo rompiese más aún.
-Como se nota que no lo conocías…

18/3/13

Llevaba las de perder incluso antes de conocerte.

Te busco.

Me busco y no te encuentro. Y en la mezcla que somos tú y yo (nunca nosotros) no alcanzo a comprender cuándo ni cómo sucedió todo esto. Te busco en cada suspiro que doy y cada sonrisa que regalo, en cada movimiento que hago, pero nunca tropiezo contigo. Me busco entre sonrisas que casualmente intentan parecerse a ti cómo sólo  pueden semejarse a algo demasiado auténtico. Como pasa en esos casos, siempre encuentro un  Made in China en la curva de unos labios que me hace recordarlo. Me busco en cada lugar que decidimos corromper con nuestros besos y sin embargo parece que cuanto más me acerco más desaparezco. No sé si estuve más perdida cuando lo estaba en tus sábanas o ahora entre estas páginas en blanco que me has dejado para martirizarme y recordarme  lo mucho que, aunque intentase negártelo, te necesitaba. Te busco en cada frase que escribo y por cada palabra que anoto parece desprenderse lo poco que me queda de ti.
Y llega un momento que ni siquiera sé que estoy ansiando descubrir que me tiene tan perdida.

Si eres tú.

Si soy yo.

Llega un momento que, simplemente, nos busco y eso que siempre supimos que nunca existiría porque no sabríamos como sobrellevarlo. Como cabe esperar vuelvo a encontrarme sin brújula que sepa indicarme aquello que tanto ansío localizar.

Primero pensé que los recuerdos harían de guía, se ve que un corazón roto y noches en vela pueden hacer del recuerdo una historia inventada muy divertida y me encontré en un momento de la partida que una no sabía si aquello que evocaba era verdad o solo un intento de curar pequeñas heridas.

Luego decidí que mi intuición valdría pero una voz en mi cabeza me dijo mientras se reía que, si hubiera tenido un poco de aquello que intentaba manejar, no estaría buscándote en esta taza de café vacía.

Al final, solo pude admitir a regañadientes y enfurecida que me rendía, nunca se me dieron bien los juegos de azar y como ambos sabíamos antes de incluso empezar, acabé rompiendo la baraja intentando jugar bien la última carta que me quedaba.Más destruye el juego que el fuego me dijeron. Yo ardía
Incluso ahora que admito mi derrota recuerdo esa sonrisa insolente que dedicabas segundos antes de ganar  y poner las cartas sobre la mesa. Tenías un don, todo hay que decirlo y tenías razón cuando me recordabas después de ver como me hundías: el ganador arrasa con todo, el perdedor se limita a ver como se lo quitan. El destino barajaba y nosotros jugábamos.

Supongo que tal vez por eso, ni si quiera me merecí una despedida.

17/3/13

Un nuevo comienzo

Se levantó tarareando una canción que ni siquiera sabía cuándo la había escuchado y el mundo parecía más bonito que cuando se acostó. Nadie podía borrarle la sonrisa y eso que más de uno parecía ser expertos en esa materia aunque él siempre sacó matrícula robándolas. Sintió que algo había cambiado, que no era la misma y que todo iba a ir sobre ruedas. 


Imploró silenciosamente que no se le pinchase ningún neumático, hoy no. 


Puede que fuera por el hecho de que sus problemas parecían más pequeños y sus metas aún más grandes, que los papeles habían cambiado. 


Parece ser que la tragicomedia de su vida no tenía sentido si solo estaba ella 


 y estaba  harta de hundirse por alguien que solía elevarse por cada lágrima que soltaba 


Y, dado que habían sido demasiadas, no le extrañaba que se encontrase en la cima. 


No pensaba comerse el mundo porque, para empezar, siempre le pareció una expresión demasiado brusca y, teniendo en cuenta que es vegetariana, no iba mucho con su estilo 


Menos cuando se trataba de su piel, entonces la cosa cambiaba. 


Además comerse el mundo no tenía nada de gratificante si luego al poco tiempo te ibas a encontrar  agachada en el váter vomitando todo lo que en su día decidiste zamparte 


Suele pasar cuando actúas de una manera demasiado ambiciosa y, hablando de vicios, su espalda era uno de los que parecía no querer olvidarse.  


Iba a quemarlo,  que por cada paso que diese surgiesen brasas para así demostrar que estaba viva y que no iba a dudar en cometer alguna locura o ilegalidad si así conseguía eliminar ese pequeño vacío que sentía desde que sabía que no era feliz 


Estaba segura de que él, como persona egocéntrica que era, se atribuiría el mérito aunque no lo tuviese. 


Salió de casa con la cabeza bien alta y esa melodía que parecía indicarle que todo iba a su favor y decidió que para empezar su propósito, debería enterrar las cenizas del pasado para poder crear su propia fogata en el futuro. 


Ya saben lo que dicen, donde hubo fuego cenizas quedan.

14/3/13

Los primeros reencuentros siempre son los más dañinos.


Me gustaría saber que pasó por tu cabeza el último domingo de septiembre cuando volví a verte en ese sitio que era tan nuestro. Sentada en el escalón fumándote el cigarro con la mirada perdida, intenté entender qué era lo que hacía que tuvieras esa mueca de desdén cuando me viste. Te mentiría si dijese que una sensación de añoranza no cruzó mi pecho y que al observar esas medias rotas que tanto me gustaban no sentí ganas de terminar de romperlas si así conseguía llegar a tus piernas una vez más. Parecías la misma de siempre y, en cambio, sabía que no lo eras. Los rumores sobre ti habían llegado muy lejos, aunque creo que por la forma en que me miraste entendí que lo sabías perfectamente. Pensé en acercarme y saludarte, o al menos intentar sonreírte, pero cuando intenté hacer algo decidiste que ya me habías dado demasiado de tu frágil tiempo. Como tu sonrisa. Todavía recuerdo su sonido y tu facilidad para hacer reír a la gente. Me pregunto si seré yo el causante de que ya nunca esté presente o si, por el contrario, tu misma decidiste que no valía la pena seguir teniéndola. Dicen tanto de ti… que siempre estás de bar en bar, buscando algo (¿o tal vez alguien?) que te anime, que vas estampando tus labios allí donde se dejen besar sin preguntar nada más que no sea ¿dónde vamos?. No parece importarte mucho, lo sé por el gesto tan desafiante que me has echado cuando te has levantado y has pasado por mi lado. “Atrévete a juzgarme” puedo leer en tus labios aunque todavía estén cerrados. Sigues oliendo igual que siempre y veo que todavía tienes esos andares tan particulares tuyos que parece que bailas más bien que andas. Por lo que veo sigues teniendo la facilidad de hacer que me pierda por el hueco de tu espalda ahí donde tantas veces puse mi mano para estar más cerca de ti. Incluso soy capaz de decirte que sé que, después de este breve encuentro, te irás a tu casa te tumbarás en el sofá y pondrás la música tan alto que ni siquiera te escucharás cuando empieces a llorar. O a gritar. O ambas cosas a lo mejor.  O tal vez no hagas nada de eso y sigas andando como si no me hubieras visto, como si ya no te importase lo más mínimo. Y tengo que decirlo, por mucho que sea culpa mía, no me gustaría saber que hace tiempo que me tienes en el olvido.

11/3/13

¡Pobre chico!


Anda hipnotizado entre el eco de sus tacones, enredado en esos bucles que adornan su cara y perdido en la curva de su espalda. Siempre tuvo demasiados vicios, ansiaba más de lo que podía tener, era un hombre demasiado avaricioso. O ambicioso, como solía responder cuando alguien intentaba hacerle ver que depender tanto de algo siempre era un error. Se las daba de independiente y que dotaba de toda la libertad que él quisiera darse pero todos sabían que no podía vivir sin esas caladas antes de acostarse, ni despertarse sin la botella medio vacía que solía tener en el cajón donde guardaba su foto. Pobre chico, que dependía de tantas cosas que uno no sabía cómo, por el camino, podía seguir vivo. Tiene una sonrisa tan hueca, que más de una ha intentado llenarla metiéndose en su cama. ¡Lástima que sea un hombre que depende de alguien que se fue de su vida hace demasiado tiempo! Vive entre bares buscando ese calor que ella solía darle y renunció a cualquier compromiso que no fuera entre él y su botella: él nunca la olvida y ella nunca le deja. La relación perfecta, como asegura hundido en el sofá cada vez que recibe visita pensado, una vez más, que es ella. Debe demasiado para ser feliz: una cartera que no puede tocar fondo, un mechero que siempre tiene que funcionar y un corazón roto que jamás puede curarse. Todavía asegura que, después de tanto tiempo, sigue perdiéndose entre las carreras de sus medias. ¡Como si no hubiese podido borrar sus huellas! Asegura entre risas desesperado. Tiene colgado en su cuarto ese cuadro que ella pintó cuando un día se despertó y decidió ser una artista famosa. Incluso abajo sigue teniendo esa pequeña nota que decía: por el principio de una gran historia. Qué ironía, piensa cada vez que lo mira: su historia fue tan corta para él que no valía la pena ni escribirla. Pero algo hay que decir: nunca baila. Dice que solo puede seguir el compás cuando mueve sus manos sobre su falda.

10/3/13

Como si pudiera evitar pensar lo que siento y sentir lo que pienso


-¿Por qué huyes?
-No estoy huyendo, estoy adelantando lo inevitable.
-No. Estás huyendo, como haces siempre que alguien te demuestra más de lo que quieres ver.
-No seas ridículo, esto no tiene nada que ver con él.
-Todo lo que te pase tiene que ver con él, y lo sabes. Hazte un favor a ti misma y deja de mentirte y mentirme, que se te da fatal. ¿Alguna vez te he dicho que eres muy transparente?
-¡No estoy mintiendo! Es que no quiero tener esta conversación, porque no necesito oír ninguna de tus ideas equivocadas.
-Llegará un momento que tendrás que hacerle frente a tu miedo de sentir algo fuerte por alguna persona, ¿lo sabes no?
-Si pero hasta que llegue ese momento, no voy a dejar de hacerlo.
-¿Dejar de hacer qué?
-Evitar que me hagan daño.

9/3/13

Un día cualquiera.


Un día gris, vino hacía mí y tomó aire para decirme el discurso que sabía que se había estado preparando desde que no le respondí a su último “te quiero”:

-¿Sabes cuál es tu problema? Que siempre buscas perderte en alguien desconocido para hundirte un poco más. Que te encanta poder sufrir porque sólo así sabes escribir, que tus palabras están envenenadas por las lágrimas que decides buscar en corazones rotos que no son capaces de amar. Huyes de la felicidad porque nunca supiste valorarla y prefieres un corazón roto que puede hablar de experiencias para rellenar esos textos que consiguen salvarte de ti misma a conocer lo que es la alegría de despertarte con un te quiero sincero. Te cierras cuando alguien consigue llegarte demasiado adentro y en vez de bordear la muralla te gusta intentar derribarla con tus propias manos. Vives de tus cicatrices y cuando ves que están a punto de curarse te las arreglas para que vuelvan a sangrar. Buscas que te quieran pero tú no eres capaz de hacerlo, porque estas tan acostumbrada a los altibajos de tus sentimientos que no sabrías como actuar si te pasase algo bueno.  Estás tan metida en ti misma que no dejas que nadie te salve y arrastras a quien lo intenta a tu mundo de estúpidas frases que te dan más calor que los abrazos que recibes.  Tu problema es que estás vacía, sola y no te importa. Has aceptado esta forma de vida y ya no hay quien te ayude a volver a llenar tu sonrisa de algo que no sea miedos y palabras. Y me he cansado de todo esto, de quererte de una manera que para ti no es suficiente. ¿Quieres drama, algo sobre lo que poder escribir cuando me vaya por esa puerta y no vuelva? Pues aquí lo tienes. Que te vaya bien escribiendo sobre amores en vez de vivir uno por una puta vez en tu vida. Te crees tan especial que nadie merece tu cariño, me parece jodidamente perfecto. Allá tú y tus pensamientos y esa mierda de cuaderno del  que nunca te separas. Suerte buscando a alguien que sepa darte lo que tanto necesitas, porque yo no puedo. Estoy harto de ser tu puta marioneta.

Me miró tan perdido que no pude evitar pensar si yo sería la causante de las ojeras que tenía bajo esos ojos que parecían tener al mismísimo cielo ahí metido. Había tanta desesperación en su voz cuando terminó de hablar que tuve que volver la cabeza porque su mirada quemaba mi garganta. Sabía que estaba esperando esas palabras que podrían cambiarlo todo y hacerle más feliz. A él que siempre me había mirado como si nunca hubiera visto algo tan bonito. Él, que se merecía mucho más de lo que yo podía darle.

Abrí los labios para responderle pero parecía que me hubieran arrancado la capacidad del habla, como si mi voz se hubiera desvanecido como sus esperanzas de seguir conmigo. Intenté recordar como podías forzarte a ti misma a hablar cuando solo escuchabas una vocecita que te decía que callaras, que ya estaba todo perdido. Siempre me gustaron los casos perdidos me admití a mí misma mientras me acercaba a él. Intenté decirle con la mirada todo lo que se me había quedado atascado en la garganta y parecía no querer salir, pero sabía que esta vez no bastaba. Sabía que si lo decía, me agarraría de la cintura,  me acercaría a él y me susurraría con esa voz raspada y tan sexy que tiene que me necesitaba aunque fuera una gilipollas la mayor parte del tiempo. Que me sonreiría marcando esos dos hoyuelos que se le forman cuando me ve y los llenaría de disculpas susurradas bajo su mandíbula.

-Lo siento.

Fue lo único que pude decirle.

8/3/13

¡Cómo no voy a quererla!

(...)¡Y cómo no voy a quererla si parece que siempre está perdida! Pobre de aquel que se piense que puede retenerla a su lado, puesto que cuanto más parece entregarse a ti, más murallas construye entre su corazón y el tuyo. Me río del que soñó alguna vez tenerla más de las noches que ella quisiera, cuando todos sabemos que ella es dueña del viento y por eso parece que siempre va dando tumbos sin molestarse en ver a quién derriba por el camino. O quién intenta aferrarse a ella sabiendo que, cuando quiera largarse, se irá escurriéndose entre sus manos sin el menor de los esfuerzos. Que toda ella es como un soplo de aire fresco y cuando te logras acostumbrar al vértigo de su mirada y a sus peligrosas curvas se va como si de un suspiro se tratase. Y no vuelve, nunca lo hace. Anda que parece que va rompiendo corazones por donde camina y sé que su sonrisa ha producido más de un pensamiento indecente allá donde quiera mirar. Si llegas a tener el tiempo suficiente para conocerla te das cuenta de que en realidad no es más que una pobre chica que no quiere que le salven y que en vez de querer encontrarse en alguien busca perderse en bares diferentes cada vez que su corazón le hace una señal de estar reconstruyéndose. Una vez entre caladas me aseguró que ella no nació para ser feliz con alguien, que no puede evitar ser un terremoto allí donde decide quedarse. Un terremoto que parece que arde, si me dejáis decirlo, porque a la par que te consume logra que ardas en el deseo de tenerla siempre tumbada en tu cama. Cada poro de su piel desprende sensualidad y tiene ese movimiento de caderas que hace que más de uno pierda la jodida cabeza por encontrarse entre sus piernas.

¡Cómo no voy a buscarla entre la gente, si nunca se despide! Siempre deja la marca de sus labios en el cristal del baño y he llegado a entender que, dependiendo de su estado de ánimo su carmín es de un tono u otro. Incluso soy capaz de descifrarlo de tantas noches que he intentado que no se marchara y poder verla al despertar aunque fuera una sola vez en mi corta vida.

¡Cómo no voy a necesitarla, si espera a que me duerma para irse dándome a entender que no es dueña de nadie! Como si supiera que cuanto más inalcanzable sea más quiero recorrer ese cuerpo que hace que con sólo verlo me entre el vértigo (y eso que siempre fui un buen amigo de las alturas).

 ¡Cómo no voy a intentar salvarla de ella misma! Si toda ella parece gritarme que necesita de unos abrazos que la sostengan.

 ¡Cómo voy a intentar olvidarla! Si cada noche que me entrega es perfecta y cada vez que me llama la esperanza de tenerla conmigo por la mañana crece cada día.

7/3/13

Conversaciones

-Que lo olvidase me dijo tan tranquilo. Que lo odiase si quisiera pero que no volviera a mirarle de esa manera.
-¿Cuál es “esa manera”?
-¡Eso mismo le pregunté yo! ¿Y sabes lo que me dijo? Que dejase de mirarle como si lo necesitase… 
¡Cómo si pudiera controlar lo que siento cuando quisiera!
-Tal vez si puedes, y no lo has intentado lo suficiente.
-¿Y por qué iba a fingir que no me importa o que estoy genial cuando no es así? ¿Qué gano yo con todo eso?
-¿Tener un poco de orgullo, tal vez?
-Dime una cosa… ¿el orgullo te abraza por las noches? ¿Te hace feliz? O mejor… ¿es bueno en el sexo?
-No.
- Entonces… ¿para qué voy a quererlo?
-¿Me lo estás preguntando en serio? No todo se basa en el sexo ¿lo sabías? O en los buenos momentos… A veces hay que mirar si realmente merece la pena y mirar un poco por tí misma y tu dignidad ¿no crees?
-Sí, eso está genial. Pero de igual manera si creo que merece la pena ¿por qué no iba a intentarlo una vez más?
-Tu problema es que no sabes cuándo hay que decir basta, y llega un momento en que en vez de intentar solucionar algo lo único que haces es empeorarlo.
-¿Y dónde está ese límite? ¿Cuándo está bien abandonar? ¿Qué señal hay que te diga “para” cuando intentas salvar algo que te importa?
-No lo sé.
-Pues si no lo sabes tú, que eres una persona ajena a la relación que se supone que es objetiva… ¿Cómo voy a saberlo yo?

6/3/13

Conversaciones en una cafetería.


-No sé qué hago aquí, ni siquiera me gusta el café- frunce los labios molesta y me mira aburrida. Vuelve a mirar el reloj fosforito que tiene en su pequeña muñeca izquierda por quinta vez desde que llegó hace quince minutos como si de un torbellino pelirrojo se tratase.

-Estás aquí porque me prometiste que vendrías- le aclaro intentando parecer firme y serio aunque cuando se trata de ella es algo demasiado complicado.

Pone los ojos en blanco y suspira, resignada

-¿Y no había una cafetería más hortera para quedar?- tiene razón, por supuesto, las paredes están pintadas de rosa chillón y todo parece demasiado Barbie para su gusto. Bueno, para su gusto y para el de cualquiera que tenga un mínimo de sentido común. Lo sé, y por eso le dije que viniese aquí, hacerla rabiar era (y sigue siendo) uno de mis pasatiempos favoritos- seguro que lo has hecho aposta para fastidiarme, como siempre- me mira fijamente intentando traspasarme con la mirada y, aunque es bastante obvio que ha sido así le miento descaradamente:

-No todo gira a tu alrededor, aunque te dediques a pensar lo contrario.

Veo como aprieta la mandíbula y sé que, si no dejo de picarla, el capuchino que ha pedido hace un rato acabará en mi cabeza. No sería la primera vez.

-Oh, cuidado habló don-mecreoelreydelmundo-besarelsueloquepiso

-Ese nombre es demasiado largo, prefiero el de sex-symbol, si no te importa- le sonrío con autosuficiencia.

-“Dime de que presumes, y te diré de lo que careces”- me recita con una falsa sonrisa retándome.

-Tiene gracia que me digas la misma frase que te solté yo la otra vez y por la que te indignaste tanto.

-No es lo mismo- me responde rápidamente, cierra los ojos baja la cabeza y me dice con voz cansada- mira paso de esa mierda ¿vale?  ¿Qué es eso  tan importante que tenías que decirme?

Le sonrío con el mejor aire de inocencia que puedo porque sé que mi respuesta no le va a gustar nada. Si fuera una mujer un poco menos complicada, con cuatro tonterías y un buen polvo estaría todo solucionado. Pero no, a ella le encanta que representemos escenas típicas de culebrón en las que yo me llamo Alejandro de la Vega y ella Esmeralda. Aunque, visto la moda ahora del Christian Grey de los cojones, a lo mejor pretende que la ate al tendedero de plástico que hay en la terraza (porque eso de la sala de torturas me parece demasiado excesivo)

-En realidad solamente quería verte.

-¿Y para eso me haces ir a una espantosa cafetería que está en la otra punta de la ciudad?

-Para empezar: podrías no haber venido, nadie te ha obligado  y si has venido es porque, en realidad querías verme. Y sí, te he hecho recorrer media ciudad para volver a ver lo guapa que te pones cuando te enfadas. Sobre todo si es conmigo- me mira y sé que se está planteando tirarme la silla vacía que hay a nuestro lado (una vez tiró mi cuadro favorito por la ventana, es capaz de todo), insultarme o irse sin dirigirme la palabra. 
Lo sé igual que me sé de memoria el camino de pecas que tiene sobre los hombros, el tatuaje que tiene en el costado o que tiene cosquillas en la nuca. Además, después de la última conversación que tuvimos, es un milagro que haya venido… qué coño, es un milagro que siga vivo todavía.

-Pensaba que era algo importante, no sé, que querías chantajearme con el gato o algo parecido.

Con el gato. Solamente a ella se le podría haber ocurrido que, después de haber estado un par de años viviendo juntos y después de una pelea que (para mi gusto) tampoco había sido para tanto, iba a chantajearla porque quiero a Miau (nombre que, claro está, yo no puse) porque fui yo quien lo encontró en la calle. Menuda gilipollez, todo esto lo era en realidad.

-¿Se te ha pasado ya el cabreo cariño?

-No pienso discutir esto ahora y menos aquí- masculla entre dientes taladrándome con la mirada- si no tienes nada más que decirme, me largo.

Se levanta de manera tan trágica como solo ella puede moverse, casi puedo escuchar cómo el público imaginario parece aguantar la respiración preparado para ver mi siguiente jugada.  Me quedo mirándole el culo y me planteo si darle una cachetada o un mordisco estará bien visto en público. Total, a lo mejor no vuelvo a verla… Al final le sujeto de la muñeca (una reacción más práctica si quiero que todo vuelva a ser normal dentro de lo que cabe siendo nosotros) y decido ir al grano.

-Quiero al gato

-El gato se viene conmigo.

-Pues os venís el gato y tú. El gato duerme conmigo y tú en el sofá, o en el suelo o dónde quieras.

-No pienso dormir en ningún lado que no sea mi cama estúpido.

-Si mal no recuerdo, mi cama es tu cama así que si ya has tenido tu sesión de drama de novela, me gustaría 
poder levantarme y encontrarte en camiseta y bragas haciendo el desayuno otra vez.

-Solo me quieres para ponerte gordo.

-Y para el sexo, recuerda.

Me mira fijamente, suspira y se sienta.

-Y para qué te quiero yo a ti, ¿Entonces?- me pregunta aguantándose la sonrisa que sé que me he ganado

-Para tener las peleas que tanto te gustan. Y sus reconciliaciones, por supuesto.

Y sé, por el modo en que sonríe y se acomoda en la silla que va a volver a casa. Aunque pondría la mano en el fuego que pensaba volver pronto, no puede vivir sin mi encanto.

Parece que me lee el pensamiento porque decide aclararme:

-No te he perdonado todavía.

-¡Pero si nunca me perdonas! Ni siquiera sé cuándo dejas de estar enfadada realmente.

-Contigo es imposible no estarlo.

-Pero me quieres- aseguro aunque esté deseando que ella lo afirme, una vez más.

-Eso siempre.

5/3/13

Soy mi caos y destrucción.


No soy más que un arrugado trozo de papel que unió sus trozos con el celo barato que se guarda siempre en un cajón. Soy la sombra de lo que un día fue una bonita carta, sin esas manchas de lluvia (o lágrimas) derritiendo la tinta hasta no saber ni qué palabra había sobre ella.  Soy la ilusión destrozada que hizo que la hoja acabase en una calle cualquiera, perdida. Soy  la confusión de palabras sin sentido alguno con huecos vacíos que alguien intenta llenar, esos trozos desaparecidos que nunca se encontraron y hacen de esta carta algo incompleto. La rabia que rasgó las ilusiones que llenaban esta lámina. Soy mi propio caos y destrucción. Quien me hunde cuando consigo salir a flote, quien me arruina cuando vuelvo a estar completa. Soy todo lo que nunca quise ser y sigo siendo, la que hace que todo parezca más pesado, más hiriente y menos bueno. La lluvia que cala hondo y la sensación de ausencia que parece nunca irse. El abandono cuando algo que necesitabas se ha ido, la cordura que me vuelve insensata y la locura que me vuelve prudente. Qué te voy a decir, si pendo de un hilo que apenas se sostiene.

4/3/13

Conversaciones telefónicas


-Me lo encontré ayer, tan jodidamente sexy como siempre con su puta sonrisa de medio lado que me dan ganas de encerrarlo en una habitación y no sacarlo de allí en horas… No sé si me entiendes

-Creo que, si no lo hubiera entendido, después de esta explicación me habría quedado bastante claro.

Escucha su risa por teléfono y le dan ganas de matarla, no entiende lo peligroso que ha sido verlo.

-Deja de reírte y escúchame. ¿Te acuerdas que te hice prometer que, si un día me entraba una especie de ataque de locura transitoria, vinieras a mi casa a darme dos hostias?

-Si, me acuerdo, lo raro es que te acuerdes tú con lo ciega que ibas.

-Tienes que venir YA.

Parece que nota la urgencia en su voz, porque calla de repente y casi puede notar (o intuye más bien) que se sienta en su cama, frunce el ceño y le pregunta eso que está deseando responder desde que marcó su número:

-Has hablado con él, ¿verdad?

Asiente, aunque sabe que ella no puede verlo y vuelve a revivir el momento.

-Me dijo que si creía en los besos de reconciliación, el muy cabrón.

-¿Y qué le dijiste?

-Que creo en ellos porque tienen fecha de caducidad.

-Por favor dime que no le miraste con tu cara de bambi y le diste a entender que su fecha todavía no había 
llegado…

Oye la desesperación de su amiga y se ríe, porque hasta ella misma se sorprende de lo fácil que fue todo.

-Me preguntó que cuantos meses antes de la caducidad le quedaban…

-Siempre fue un puto egocéntrico, no sé de qué te sorprende la verdad.

-… y yo le dije que él nunca tuvo derecho a tener uno de esos.

De repente silencio. Porque sabe lo que vendrá ahora, sabe que contará a diez mentalmente para no decirle una barbaridad y que más tarde, con una voz tal vez más dulce de lo normal le afirmará eso que ha intentado decirle desde que empezó la conversación. La va a matar, lo sabe.

-Le besaste, ¿cierto?

-Sí, y en mi defensa diré que estaba más sorprendida yo que él.

-Joder es que ya me estoy imaginando su estúpida sonrisa mirándote con cara de besas el suelo que piso, nena y me pongo mala. ¿Y qué coño se supone que pensó esa preciosa cabecita tuya para hacer eso? ¿Y luego qué? Dímelo ya que me va a dar un ataque y que sepas que voy de camino a tu casa a darte esos dos guantazos que te mereces.

Escucha el sonido del coche encenderse y sabe que habrá puesto el manos libres para no perderse ni un detalle de lo que va a decir. Lo piensa brevemente, y mientras lo dice, sonríe.

-Oh bueno, le dije que, después de esto, ya no tenía ninguna excusa para acercarse a mí y que ya podía irse por donde había venido.

-No sé si matarte o comerte a besos rubia.

-Lo sé, por su cara, debió pensar lo mismo.

Es así de simple.


Yo no escribo, me dibujo. Y en cada letra que anoto doy un poco más de mí hasta quedarme satisfecha, o vacía. Soy todo aquello que plasmo entre los espacios de las palabras que mi mente decide escoger al azar. No sé sobre qué trato hasta que he acabado y ahí es cuando, entre comas y tildes, veo ese algo que me comía por dentro y que solamente soy capaz de tratar cuando redacto. No espero nada a cambio, salvo entenderme un poco más por cada punto y aparte que publico. Esto no es por gusto sino por necesidad. Escribo porque pienso y pienso porque siento. Y mis pensamientos van más rápido de lo que pueden mis manos cuando lo hago y las imágenes se cruzan con las letras que pulso mientras vomito ese cúmulo que soy yo, mis pensamientos y mi imaginación. Es todo lo que hay en esto: ni busco complacer ni intento que lean entre líneas para intentar averiguar por qué hablé de eso o de aquello. Seamos sinceros, ni yo misma se de lo que hablo hasta que lo invento.

3/3/13

Una situación fuera de lo común.


Nos encontramos ante una situación demasiado típica como para poder hacernos sentir algo de frustración, amor irracional hacia el personaje o hacernos sentir agobiados por ver cómo va a acabar este momento de supuesta tensión existente. Estamos ante una estación, una chica con una maleta demasiado grande para la poca estatura que tiene, un tren que empieza a llegar a lo lejos y el poco novedoso chico que ha sido un completo capullo conduciendo como un loco para llegar a su encuentro. Ella mira el reloj, mira la escalera donde espera que él aparezca y mira el tren deseando que, por una vez, no sea tan puntual como siempre ha sido. Él conduce casi por instinto, intentando memorizar algo del pequeño discurso que espera que le llegue lo suficiente como para no subirse a ese jodido transporte que quiere llevársela lejos mientras se fuma el cigarro que tiene en la otra mano porque si no va a matar a alguien. Y el maquinista de este tren, solo está deseando llegar a su casa para sentarse en el sofá acompañado de un café y de su mujer, ¡qué coño!, está deseando salir de aquí para ir al bar a tomar unas cervezas y llegar lo suficientemente borracho a su casa como para poder aguantar los discursos demasiados repetitivos de su mujer sobre su forma de ser.

Hasta ahí, todo está tal y como debe ser: el tren va a llegar puntual, ella mirará por última vez la escalera esperando escuchar entre gritos su nombre y luego después de una conversación de las abuelas que tiene detrás sobre sus nietos como respuesta, subirá después de un largo suspiro con esa maleta que parece llevarlo allí dentro  de lo que pesa (incluso pensará en abrir la maleta para ver si está allí encerrando con su sonrisa de medio lado y sus ojos verdes, aunque luego tachará la idea y se insultará mentalmente por la estupidez que está pensando) y el llegará corriendo justamente cuando el tren está partiendo, gritará su nombre hasta quedarse sin voz saldrá corriendo detrás del tren pensando que, claro está, va a poder alcanzarlo con su gran velocidad y podrá entrar de un salto en el vagón porque (casualmente) tendrá una ventana abierta por la que podrá entrar, pero acabará arrodillado en medio de una estación vacía (al parecer todo el mundo cogía justo ese mismo tren)  llorando a lágrima viva (cosa que nunca antes había hecho) maldiciéndose por haber perdido al amor de su vida.

Pero, tal y como he dicho anteriormente, la situación sería demasiado normal  como para emocionar de alguna manera al personal, así que nada de esto sucede. El tren llega puntual y cuando abre sus puertas la chica entra con su maleta pesada y se sienta justo en el único asiento que no tiene ventana porque ha decidido que, si él quiere salir corriendo gritando su nombre, no quiere verlo. Empezará a llorar desesperada  mientras escucha la canción más triste que tenga y cada segundo que pasa desde que el transporte empezó a aparecer a lo lejos pensará que debería no subir, o subir y mirar por la ventana, o llamarlo para decirle que coge el siguiente tren y que le da una oportunidad para explicarse y que si no la convence, al menos nunca tendrá la espina de haberse ido de la estación sin ni siquiera un último adiós.  Y mientras ella vive el drama de su vida, el estará aparcando en el parking, decidido a que pasa de los discursos empalagosos y que simplemente le dará el besazo de su vida en mitad de la estación y que luego le dirá lo muchísimo que la quiere. Se dará cuenta de que no tiene la cartera encima por lo que no podrá pagar el billete para llegar a donde está ella y le soltará la charla de “mira ahí fuera hay una chica…” y la recepcionista, en plena ruptura con su novio y en el estado mental de “odio a los hombres” le dirá que se joda por haber sido un capullo y que tiene que pagar. Pero como resulta que también tiene que haber acción para que sea a gusto de todos los públicos, no pagará e irá corriendo importándole una mierda el resto, en su busca. Subirá las escaleras que le llevarán hacia el andén corriendo como nunca lo ha hecho y llegará a tiempo para ver al tren partir. El conductor del tren, mientras, estará pensando porque decidió trabajar de esto cuando su sueño siempre había sido ser un cantante famoso que ha visto medio mundo en el que su vida transcurre entre bares, fiestas y diversión y se plantea seriamente afinar su guitarra y su imaginación e irse dejando a su mujer en su estúpida peluquería con sus cotilleos y su afilada lengua fuera de su alcance.

Por lo que tenemos: un tren que se marcha con un conductor que piensa cambiar de estilo de vida, una recepcionista que se está planteando si debería llamar a su exnovio o seguir siendo una completa zorra con cada hombre que aparezca en su campo visual, un chico que ha llegado tarde y una chica que… ¿dónde está la chica? Ah sí, es esa chica que decidió darle el beneficio de la duda, decidió bajar del tren y coger el siguiente si veía que no funcionaba y que ha visto como su chico llegaba corriendo gritando su nombre sentada en su equipaje. Él se acerca a ella y ella le mira intentando decidirse si darle un guantazo por ser tan capullo o comérselo a besos por la escenita que acaba de montar. Como nunca se le dio bien elegir, decide hacer las dos cosas. El chico promete cambiar y ella decide creerle, por eso cuando llega el siguiente tren se sube sola y él se queda en el andén mirándola. Porque si, puede que cambie, pero ella también necesita hacerlo.

Título de la entrada

Tus besos sabían a Whisky y a despedida y me aferré a ellos como si de un salvavidas se tratasen. Fui capaz de descifrar el discurso que tus caricias iban dejando en mi espalda como si de braille fuese. Nunca se te dio bien las palabras y yo nunca fui capaz de explicarme de otra manera que no fuera a través de ellas. Memoricé cada una de las coordenadas que arañé en tu piel con el fin de encontrarte si algún día me sentía perdida. Cada poro de tu piel parecía decirme adiós, y desesperada intentaba quitarme en cada beso que te daba un poco de la ausencia que ya empezaba a notar teniéndote a centímetros de mí. Quise decirte tantas cosas que solo fui capaz de recorrer cada uno de tus lunares con el fin de dibujarte mis miedos allí para mantenerme a salvo. Por cada suspiro, hice una lista de las mil y una vez que me habías dicho que me necesitabas y por cada susurro fui tachándolas una a una porque a tu lado olvidarte me parecía más fácil. En cada te quiero, borré cada recuerdo que conseguía sacarme una sonrisa y con la piel de gallina conseguí borrar las huellas que ibas dejando a tu paso.  Me deshice de tu sonrisa a mordiscos y de tu risa con gemidos. Con el humo del cigarro eliminé tu olor que me perseguía allá donde fuese y con la cerveza el  mal sabor que me estaba dejando tu partida. Con el  te odio después de un último recuerdo, dejé de quererte.

1/3/13

Conversaciones en un bar


Se sienta enfrente de la barra y apoya sus codos con desánimo mientras espera que algún camarero venga a atenderla. Hace una mueca, el taburete cojea.

-¿Qué vas a tomar?- le pregunta con una sonrisa mientras limpia un vaso con un trapo que, para su juicio, está ya un poco sucio.

-Lo más fuerte que tengas.

-¿Mal de amores eh?-le pregunta, más bien afirma el hombre mientras le sirve un vaso demasiado cargado para lo que ella está acostumbrada- He visto millones de casos aquí. No entiendo por qué la gente se piensa que ser camarero es fácil, soy un pluriempleado: aparte de servir, escucho y luego si puedo, aconsejo. Aunque tengo que avisarte que este tema nunca se me dio bien.

-¿Por qué siempre dan por hecho que es mal de amores?- pregunta mientras se masajea la sien intentando borrar recuerdos. Le da un trago y nota como le escuece la garganta.

-¿Acaso no es eso lo que suele hacer que la gente venga aquí para ahogar sus penas en un vaso?

Otro trago.

-Yo vengo a olvidar, nada más.

-Rubia, cualquier persona que esté a estas horas aquí tiene ese propósito, y te puedo asegurar que más de la mitad es por amor.

-Pues yo no-otro trago- quiero olvidar la muerte de alguien.

Nota como el camarero le mira con lástima, sabe que habrá borrado su sonrisa y que tal vez intenta buscar las palabras justas que se dicen en momentos como éste y que no suelen servir para nada. Sabe que es así aunque no haya apartado la vista de la servilleta que lleva en sus manos. Gracias por su visita lee. Que irónico, piensa, sabe de mil y un lugares mejores que éste y sin embargo, ha venido aquí. Tal vez porque el mal ambiente va hoy a juego con su estado de ánimo. O puede ser que viniese aquí porque él siempre decía que, si alguna vez querías planear tu suicidio, éste era el mejor sitio.

-A esta invito yo- dice al fin recogiendo el vaso vacío y colocándole otro.

Cierra los ojos y solo lo ve a él. Decide hablar porque espera que, con un poco de suerte, consiga acallar la voz que retumba en su cabeza recordándole lo que va a perder.

-No es una muerte física, al menos eso espero- suspira y saca del paquete de tabaco el último cigarro que le queda. Al parecer hoy no le queda nada- es algo más complicado- decide aclarar ante la ceja alzada del hombre medio calvo que tiene delante.  El hombre se rasca la barba de algunos días que tiene y le pregunta con más curiosidad de la que intenta aparentar:

-¿Entonces de que se trata?

Una calada, otro trago.

-En realidad su muerte no me preocupa, porque es necesaria para su resurrección. Y cuando eso pase, empezará a vivir de nuevo y a ser él otra vez.

-¿Y qué es lo que habrá cambiado?- Todo, piensa. Pero no lo dice porque sólo de pensarlo ya le duele. Escuece más que la bebida que está tomando. Hace una mueca, necesita algo más fuerte.

-Que cuando se despierte ya no estaré allí.

-¿No vas a despedirte?- niega con la cabeza y bebe  intentando ahogar su sonrisa, que parece haberse plantado en su cabeza sin querer irse. Oye a lo lejos el ruido de una pelea pero no le presta la atención que se merece, está demasiado ocupada huyendo del pasado como para hacer otra cosa.

-En realidad, aunque no lo entienda, le estoy salvando de su autodestrucción.

-¿Su autodestrucción?

Esboza una sonrisa irónica y le responde entre caladas:

-Si, al parecer esa es la única forma posible que existe para quererme.

El camarero asiente aunque está segura de que no ha logrado comprender el motivo por el que se encuentra aquí, sola, en un bar cutre en vez de en su cama con su brazo agarrándole la cintura. Sin duda, tenía razón cuando decía que aquí se podía planear un suicidio. Este sitio era lamentable. El frío calaba los huesos y el olor a lamentaciones provocaba mareo.

-Le estás salvando de ti misma entonces, ¿no?

Otro trago. Un suspiro.

-Exacto.