Si de confesiones esto se tratase tendría que decir que
siempre odié ese piano que conseguía apaciguarte como mis besos nunca supieron
hacerlo. Envidiaba esa conexión que había entre esas teclas que tanto solías
acariciar cuando tenías un mal día. Como si mis palabras (que se te antojaban
un poco vacías, creo) las rellenases con esas notas que parecían salir de tu corazón
ahí dónde siempre intentaba llegar y no había día que no me quedase en sus
puertas. Y cuando escribías para él ¡qué mala me ponía! Ver cómo te centrabas
tanto en esas notas que no eras capaz ni de captar mi mirada embobada viéndote
seguir su compás. Y luego cantabas y tu voz hacía que cada poro de mi piel comprendiese
por qué, aun teniendo ganas de zarandearte al entregarte a otra que jamás
podría competir conmigo, te quería.
Más tarde, cuando conseguías poner mi piel de gallina al sentirte a través de ella como nunca
llegaba a hacerlo cuando te tocaba, me sonreías. Y me perdía en esa timidez que
te caracterizaba cada vez que volvías de ese mundo que tan extraño y lejano me
parecía.
Te miraba a los ojos, te sonreía y te decía:
-Toca otra vez.
Porque si bien los celos parecían ahogarme de vez en cuando,
ver tu felicidad ante esa mísera frase conseguía mantenerme siempre a tu deriva.
precioso, el final épico...
ResponderEliminaraquí tbn hay algo que leer, un abrazo:)
Me alegro mucho que te haya gustado, un beso!
EliminarMuy buena. Me he sorprendido más de una vez prendido a un piano... es cierto lo de esa conexión.
ResponderEliminar-Escribe otra vez.
Yo me he sorprendido más de una vez prendida a tus textos, es un orgullo que me hayas comentado...
Eliminar-No dejes de escribir.