cuando deberías ser tú.
Me explica con la voz demasiado dulce (esa que se utiliza para las malas noticias) que mi autoengaño va a llegar a su fin. Se burla de mi sonrisa tachándola de ilusa y me regala un punto de vista que nada tiene que ver con mi realidad. Recita todo aquello que creo conocer exigiéndome un poco de cinismo en el asunto y se adueña de mis sentimientos revolviéndolos hasta crear el caos. Me pregunta por qué si estando bien, sigo pensando que (me) estoy fallando y rebusca todas las dudas que se encuentran esparcidas por mi cabeza para unirlas y crearme un insoportable boceto. Y cuando parece convencerme de aquello que en un principio me parecía una desfachatez pensarlo, me grita inepta. Evoca esos motivos que antes pisoteó con un nuevo planteamiento y cuando la duda se vuelve problema y el problema no tiene solución posible, se marcha. Me deja en las trincheras sin saber si quiera que bando acoger, dejando a mi merced una guerra que hace mucho tiempo que se dio por perdida.
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