A este chupito invito yo

Síguenos en Twitter

2/7/13

Decidió regalarle el insomnio porque su existencia dependía de cuantos volantes había llevado ese día su falda.

Siempre tuvo claro que su reloj debería tener tres manecillas: una para los silencios, otra para las desilusiones y otra para la nostalgia. De suspiros no hacía falta llevar la cuenta porque su sonrisa solía vaciarse con la misma frecuencia y de poco le servía ella saber las horas si su vida giraba en torno a la ausencia que solía acompañarla de madrugada. Pensaba que todo era más fácil cuando menos se decía porque una vez que hablaba no había posibilidad de hacerla callar y era tanto lo que tenía que decir al mundo que siempre optaba por hacerse la muda. Tenía como vacío favorito el instante que se quedaba sin aliento, cuando su corazón conseguía darle un vuelco y se rebelaba contra sus intentos de retenerlo en contra de su voluntad (aunque siempre había un par de latidos de más que proclamaban ser dueños de su propio destino). Algunos de ellos llegaron a morirse entre sus vaqueros pero a decir verdad, demasiados proclamaron su suicidio teniendo como consecuencia su presencia (o la falta de ésta).

Nunca quiso creer en el destino pero siempre paladeaba su excusa cuando lo veía pasar, o cuando volvía a olvidarla. Decía que todos éramos dueños de nuestras vidas pero, en el fondo, no era más que un intento de acallar la verdad que la carcomía por dentro: hacía demasiado tiempo que había regalado su vida al jodido amor. Que no es lo mismo que decir a un hombre. Tenía cierta tendencia a amoldar causas perdidas (aunque más bien se amoldaba ella a éstas). Siempre supo que no sería feliz con un hombre, porque mucho antes de ellos ya se había enamorado una vez.

Fue de una simple idea. Se implantó en su cabeza entre libros y nunca consiguió olvidarse de ella.
 No mendigaba amor, solo buscaba el calor de unas sábanas para poder dormir mejor. Y siempre sabía a la perfección que podía ofrecer a un hombre y lo que podía recibir a cambio. Siempre tuvo los pies en el suelo, sin poder volar a no ser que fuera entre caladas o gracias a una botella que vaciar.

-Nunca vivió el amor, pero entre sábanas encontró más realidad y calor que otras que se dedicaban a hablar en su nombre.

4 comentarios: