A este chupito invito yo

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25/2/13

Pequeñas reflexiones

Que un clavo saca otro clavo era la afirmación más absurda que había escuchado desde: las galletas oreos son cancerígenas. Para empezar porque si un clavo sacase otro clavo, la herida al intentar quitar el primero se haría más grande y ni media tonelada de alcohol podría hacer que no se infectase. Luego esta, claro, el hecho de que los clavos pueden ser diferentes, ser más grandes, más pequeños, más feos o bonitos… y muchas veces no sirve para reemplazar al que estamos deseando expulsar de donde sea que lo tengamos clavado. Que, por cierto, suele ser en el corazón. Y claro, llegan las comparaciones o los enfados al ver que ese clavo que tu pensaste que conseguiría expulsar al otro solo ha hecho que esté más presente que nunca. Y ahora tienes dos problemas: deshacerte del clavo que tanto odias y que arrancarías si pudieras incluso con tus propias manos y el nuevo clavo que no sabes ni siquiera para qué está ahí si su función principal no ha sabido cumplirla. ¿Qué el tema del que estoy hablando es raro? Sí, al igual que sé que estoy en lo cierto. Tú fuiste mi clavo durante, tal vez, demasiado tiempo. Eras un clavo que ardía, escocía. Porque eras como las quemaduras que arrasan la piel y te dejan cicatriz para toda la vida, que duelen más después que durante su creación. Que hace que te palpite la piel buscando algo que consiga borrar el dolor, aunque sea mínimamente. ¿Qué un clavo saca otro clavo? No, que va. Es más eficaz hacerlo a mi manera: a martillazos.

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