Una vez me preguntaron: ¿Sabes eso de que no quieres salir
de la vida de alguien? ¿Que eres capaz de agarrarte a cualquier cosa? Y, aunque
mi orgullo quiso encogerse de hombros y decir qué va, no tuve más remedio que asentir. Cualquier persona que ha querido alguna vez,
aunque haya sido durante una milésima de segundo, ha sabido lo que es eso. La
desesperación por encontrar algo que te estabilice cuando sabes que todo se
está derrumbando. Ya sabes lo que dicen, cuanto más alto te encuentres más rápido caerás y más te dolerá comerte el
suelo. O eso es lo que siempre digo yo. Pero parece que en eso tengo un estilo
propio: yo no caigo simplemente durante unos minutos y luego me estampo contra
el suelo. No, eso es demasiado fácil. Yo me tropiezo, me caigo y por el camino
me tropiezo mil veces más intentado aferrarme a cualquier cosa que haga que
amortigüe la caída o, peor aún, que haga posible el ascenso. Y seguramente, la
mayoría de mis intentos por aferrarme a cualquier esperanza no valían ni la
mitad de lo que yo pensaba, pero ahí me
encontraba yo luchando por algo que hacía tiempo que no se podía salvar, o que no quería ser salvado. Tal vez sea
por eso por lo que, cuando me miró interrogante esperando una respuesta aparte
de un simple gesto de cabeza simplemente respondí: prefiero salir con algunas
heridas y la cabeza bien alta a salir con una patada en el culo. Y aunque las
dos sabíamos que era una mentira muy cierta y que podría llegar a ser una buena
respuesta para alguien que se encontrase en un momento clave como ése, ambas
sabíamos que la próxima vez que me ocurriese algo parecido no dudaría en
agarrarme a cualquier rama si pensaba que merecía la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario