Su historia siempre se basó en el tópico: o todo o nada.
Nunca dieron oportunidades a los términos medios. O se querían, o se odiaban. No
había nada más simple que eso, o eso pensaron ellos. Que no era una relación
sana era algo que ambos sabían, siempre habían apostado muy alto. Nunca le
daban un respiro al corazón que, un poco confuso, no dejaba de sentir
sensaciones contradictorias cada poco tiempo. Era un tira-floja constante. Y en
medio de ese torbellino de sentimientos que eran ambos, siempre encontraban una
especie de paz y felicidad, como solo ellos podían encontrar. Algo que para ellos era demasiado simple,
para otros se volvía algo complejo y extraño e incluso más de una vez
intentaron hacer que entrasen en razón porque, en vez de quererse se estaban destruyendo uno al otro. Y, aunque
parecían personas masoquistas que proclamaban a los cuatro vientos ser dueños de
su autodestrucción, sabían desde un
principio que nunca podrían empezar de cero. Porque en ese tipo de relaciones
que a la par te eleva a lo más alto que te consume, pasa a ser un vicio del que
no puedes (o no quieres) escapar. Un perro que siempre se muerde la cola, un
bucle infinito, de los que no se sabe ni el final ni el principio.
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