A este chupito invito yo

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23/7/13

Entre versos la distancia suspira, de ahí viene que consigan erizar la piel.

Decidió una noche de verano escribir los versos más bonitos jamás escritos y sólo pudo admirar su papel en blanco. Pensaba hablar tanto y tan largo, que no habría espacio capaz de aceptar todo aquello que había callado a lo largo de su vida y que había decidido contar porque no tenía hueco ni para un punto más. (Imagínate la frustración que sintió cuando no pudo callar ese tequiero que gritó en mitad de la conversación porque se estaba asfixiando). Fue ese instante, cuando frunció los labios molesta por su pequeño desliz y al ver la sorpresa reflejada en su cara cuando admitió que tenía un pequeño problema.

De tanto matarse, se había quedado muda.

Y no había forma posible de explicarse, ni de escribirse, ni de dejar de empequeñecerse.

Asustada, se mantuvo durante horas delante del folio intentando poner orden a la ansiedad que empezaba a atormentarla. Porque si había algo más horrible que no poder guardarse nada más, era tener que vaciarse hablándole. 

Ella, que nunca había sido capaz de nombrarlo de otra manera que no fuera entre líneas.

Más si al principio había estado asustada muy poco tardó en enfadarse. Se plantó delate suya y, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, le preguntó quién se creía que era para robarle la inspiración, las palabras e incluso los suspiros. Le dejó claro que ella era dueña de su vida, de sus decisiones, de sus inseguridades y que si él aparecía en cada sonrisa que formaba era culpa suya. Le reprochó, indignada al ver su cara de confusión, que nada de eso habría ocurrido si no hubiera aparecido en su vida con esos aires de chulo y esas pecas salpicándole partes de su piel que parecían gritarle por un bar de besos un día de esos. Explicó hasta incluso enredarse ella misma, cómo había pasado de ser ella a ser casi él, como intentaba huir de su presencia incluso cuando evitaba encontrárselo (sobre todo cuando decidía aclarar la palabra felicidad y por alguna extraña razón, lo más lógico era anotar su nombre). Le amenazó con demandarlo por quitarle su cordura y le aseguró que lo mataría si después de todo cuando volviera a casa lo describiría entre cada espacio que decidiera dejar.

Sin embargo, a partir de ese día, después de hablar hasta poder volver a escribirle, no volvió a coger un solo lápiz.

Decía entre sonrisas, que había encontrado un nuevo lienzo,
que en la curva de su espalda
los versos nacían y morían solos
y que ella solamente los animaba 
a crear.




2 comentarios:

  1. :')
    Qué rematadamente bonito.
    "mudos en los momentos inoportunos, dispuestos más tarde a gritarlo todo a cuatro paredes inertes". eso es, más o menos, lo que me ha recordado esta entrada.
    Me ha gustado mucho.

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    Respuestas
    1. Rematadamente bonito es este comentario y tú! Me alegro que te haya gustado de verdad.
      Muchos besos,

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