A este chupito invito yo

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29/8/13

De aquella vez que morí delante tuya-y tu sin saberlo.

Una vez morí tan rápido que no tuve tiempo ni a cerrar los ojos- para poder verte-.
Sentí que me faltaba el aire y tu presencia solo conseguía oprimirme aún más.
Se me encogió el estómago de tal manera que provoqué una masacre en las mariposas que aleteaban al compás de tu sonrisa.
Y de repente, crack.
Roto.
Como aquella vez que intenté coger la taza favorita de mi madre, se resbaló entre mis dedos y se precipitó riéndose de mis intentos por salvarla.
La única diferencia esta vez fue que nadie trató de ayudarme.
Intenté pegar los trozos a escondidas rezando para que no se diera cuenta del pequeño desliz que había tenido. Pero aun así me parecía un insulto intentar sustituirla por otra nueva o intentar recomponerla porque nunca sería la misma. Siempre sería aquella taza medio hueca que solo serviría de adorno porque su utilización había quedado nula.
Un poco como lo mío, solo que estaba hueca entera.

Lo mágico de todo fue darme cuenta que, incluso después de haber sentido como me hacía añicos, seguía latiendo, seguía respirando.
Y que por mucho que hubiese rezado, pedido, soñado porque se parase el tiempo para dejar de contar cada trozo que parecía entrever entre mis dedos, los segundos seguían pasando.
Tick tack, tick tack -me pareció ver mis ilusiones escaparse por la ventana-.

Desde ese día he muerto cuatrocientas veintitrés veces.
Y he revivido doscientas veinticuatro.
Como verás las cifras no concuerdan-un poco como no mojarse bajo la lluvia-.
Aunque debo decir que hay muertes que con gusto volvería a reproducirlas una y otra vez-como aquella tarde que conseguí entenderme-.
Otras, sin embargo, me producen escalofríos nada más pensar en ellas y, aunque quiera olvidarlas cada noche al acostarme, son las que despiertan las heridas que sueles curarme cada vez que me sonríes.

Tengo como antídoto las risas de unas buenas amigas, las tardes en la playa, el olor del mar, el tacto de un buen libro, la última calada al cigarro, el primer trago de café de la mañana y tengo asignada una canción para cada homicidio que he sufrido.
Suelo reproducirlas cuando pierdo el norte y pienso que soy invencible- tal vez por eso nunca llego a olvidar del todo-.

Que como bien es sabido, donde existen heridas no cabe el olvido- y aun así hay cicatrices que son capaces de hablar demasiado y acabar recordando.
Y si algo te duele hasta creer que te mata, ten por seguro que lo estará haciendo-que eso de morir una sola vez no es más que un mito.
Pobre de aquel que piense lo contrario.


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