Supongo que es culpa mía, por llevarlas siempre detrás de la oreja y acostadas en la nuca, en un hogar calentito y tapadas-ocultadas, ignoradas- por el frío mundo.
Y, de repente, las dejé al descubierto.
Desnudas.
Ahora que lo pienso, puede que me cortaran a mí también, y por eso tengo la sensación de que por más que intente sanarme no consigo volverme entera- es lo que tiene tenerlos tras la espalda, que nunca eres capaz de verlos, o resulta más fácil no volverse ante ellos-.
Es un poco como cuando te tiras a una piscina sin saber que está helada.
O como los que ansían comerse la pizza salida del horno después de horas sin comer.
Quemar y congelarse hieren lo mismo.
Sino pregúntale a los de corazón frío.
Una bolsa de hielo, por favor, a ver si así acostumbro el cuerpo y deja de temblar ante la ausencia- porque ya ni siquiera es tuya, sino mía-.
Como empieza a serlo todo.
Debería pedir dos eternidades para poder matar una en tu espalda y así estar en paz conmigo misma y poder vivir la otra sin deberme nada.
Ni siquiera sé porque la vida no está matándome sino enseñándome a ser de otra manera.
Prefería cuando no me advertía y podía odiarla y no como ahora, que le debo demasiado para lo puta que fue en su día (hay ciertas cosas que se perdonan, pero no se olvidan)
O se deben olvidar pero recuerdas.
O recuerdas para poder revivirlas.
O las revives para no morir tu misma.
Ya eso es otra historia.
La comparación entre el frío y el calor, "quemar y congelarse hieren lo mismo" me ha parecido preciosa!
ResponderEliminarEnserio escribes genial, yo espero aprender a hacerlo pronto.
Un besito Cristina
Creo que nunca te he dado sinceramente las gracias por cada comentario que dejas, es una alegría saber que me lees cada vez que publico y que te guste tanto lo que hago, que no es más que una especie de monólogo interior. Espero que nunca pierdas esta costumbre :)
EliminarUn beso guapa