A este chupito invito yo

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9/9/13

Hay ciertas noches reservadas para corazones rotos.

A veces, cuando no quiere escribir porque tiene miedo de que alguien sepa entenderla, llora. Dice que así consigue calmarse lo suficiente como para desistir un par de minutos en describirse. Nunca funciona. Aun así, cuando siente que va a asfixiarse o destrozarse en el momento que alguien la roce, escoge ciertas canciones que saben destruirla hasta tal punto que las palabras faltan. Porque se han ido, y no tiene ningún interés en buscarlas para darles vida- al menos no esta noche-. 

Encuentra irónico que intente huir de sí misma y de su (no tan) salvación. Aunque no es capaz de decirlo en voz alta, sabe perfectamente que a veces no (se) escribe porque no quiere entenderse, ni saber lo que calla, ni leer lo que siente. Sabe perfectamente que es un acto de cobardes, pero se dice mentalmente que ser valiente a jornada completa no es viable y que el corazón merece un suspiro de vez en cuando- aunque bien podrían quitárselos-. Sin embargo esas frases de consolación nunca consiguen convencerla. Y si no es capaz de lograrlo consigo misma, enfrente del espejo no es capaz ni de fingirlo aparentemente. 

Hay momentos que se pierde tanto que se deja a medias y se le ha olvidado buscar el y medio que le falta tantas veces que ha llegado a crear enteros. Luego, nunca es capaz de seguirse y se abandona, sin saber qué hacer con tantas unidades que entienden más de la vida que ella misma. Murmura sobre inseguridades y se aleja sin mirar el problema, porque hace tanto que perdió la cuenta que deja que siga sola. 
Hasta formar infinitos.
Hasta hacerse infinito.
Y luego, no hay quien la encuentre.
Asegura sin el menor atisbo de broma en su voz, que se encuentra más limitada que nunca.

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