Hay veces que tú sigues y es la vida la que se encoge pidiendo un respiro, incapaz de seguir el ritmo.
Te paras un instante- que para ti casi es un siglo- e intentas explicarle que nadie va a darle la bocanada de aire que necesita.
Suspiras-porque todo lo que a ti te sobra es lo que a ella le falta- y aunque tienes un par de palabras perfiladas en la lengua que dejarían sin aire a cualquiera, decides reírte.
Despilfarras todo el oxígeno que puedes y te grabas un "esto te pasa por puta" en la sonrisa de medio lado que le dedicas.
Luego, ella consigue calmarse y te alcanza en un par de zancadas y todo vuelve a ajustarse a su medida.
El aire se vuelve más pesado, las heridas más grandes y tú más pequeño.
Como si ese desliz nunca hubiera existido.
Como si después de tu gran logro, nunca hubieras vencido.
Te escondes bajo su falda, como el niño travieso que quiere ser un hombre y luego llora cuando la herida de la rodilla le escuece.
Y ella, tan enérgica, empieza a dar vueltas sobre sí misma intentando despistarte para que vuelvas a perderte en los sitios de siempre, con la misma gente, pero siendo distinto otra vez.
Gira, risueña y en algunos de tus intentos por alcanzarla consigues rozarle la cadera, el pelo, las manos.
Pero ella se deshace con elegancia perdiendo el interés de manera casi insultante y te da la espalda.
Te abandona donde siempre, siendo más desconocido que nunca.
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