Lo cierto es que hay ciertos días que el corazón te pide un respiro y los pulmones son los que comienzan a latir.
Y todo lo desenredado comienza a complicarse de nuevo hasta formar el mismo nudo que te ataste al cuello aquella vez que decidiste que ya era suficiente.
Suena irónico que te asfixie algo que anteriormente te salvó, como también lo es que ciertas costumbres empezaran a transformarse en augurio cada vez que te dabas la vuelta.
Son esos días que pides un alto bien claro y realizas el recuento de daños y desperfectos los que suelen -contra todo pronóstico- ser los más vacíos.
No es sencillo ver que, aunque la balanza se incline a tu favor (a veces incluso parece que realiza una reverencia) no se sienta de ese modo. Qué más dará lo que uno vea, diga o piense si luego siente todo lo contrario.
Verás, hubo un tiempo en que los demás sentidos le declararon la guerra al corazón y aún no han llegado a una tregua. Se siguen poniendo la zancadilla delante de las escaleras esperando a que el otro caiga para poder proclamarse vencedor de aquello que desconocen. Porque nadie ha sido capaz de nombrar por lo que tanto tiempo llevan luchando por miedo a tener razón y no equivocarse.
Menudos cobardes. O valientes, según se piense.
Como si no hubiera suficientes colapsos en el corazón, también existen los mentales (más jodidos, pero menos dolorosos).
Como si no fuera demasiado saber de la existencia de la guerra entre ellos (a parte de la tuya propia).
Como si fuera necesario acabar tan dividida hasta no volver a encontrarse. Nunca más.
Menuda palabra el nunca, siendo tan rotundo y negativo
Menuda palabra el más, siendo tan esperanzador.
Y juntos, una jodida explosión.
Directo al pecho.
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