Me duele el pecho de
aquella vez que me abrí en canal y te di todo lo que tenía. Recuerdo sangrar
hasta morirme y, sin embargo, fue en ese momento cuando descubrí que estaba
viva.
Estoy envasada al vacío.
Puedo notar como mi piel
lucha por despegarse de esta cárcel que me está ofreciendo tanto oxígeno que me
estoy ahogando.
Me pregunto qué será de las personas cuando son libres y
descubren que prefieren no serlo. Si
buscarán aquello que los ate y los vuelva sumisos. Si se tatuaran barrotes para
recordar los momentos en que fueron presos y yugos de sí mismos.
Si besarán hasta
desgastarse, si amarán hasta dejar su existencia libre de cualquier corrupción.
¿Qué será de aquellos
que lucharon por su libertad y descubrieron que no existía? Qué pensarían cuando se la entregaron como si
fuera un trofeo y no un derecho. Qué sentirían cuando la acariciasen y viesen
que no había cambio alguno. ¿La soltarían para que emprendiese su propio vuelo?
Libertad siempre quiso
ser libre y, sin embargo, nunca supo lo que era serlo. Se trasladaba de cama en
cama, siendo acariciada por necios, triunfadores y cobardes. Si ella hablase
bien podría destrozar el mundo, siendo presa de los más valiosos secretos que
se esconden en los profundos deseos de los corazones que ansiaban condenarla.
La libertad se sintió
desgraciada cuando descubrió que nunca
sería lo que su nombre conlleva. La descubrí agachada en un callejón sin salida
tapándose los oídos harta de ser el deseo de todos menos de ella. Nunca he
visto a nadie tan condenado por su propia existencia.
Libertad tenía cadenas
que le producían moratones, una sonrisa irónica y unos andares de quien sabe
que lo ha perdido todo y, sin embargo, sigue perdiendo.
Tenía esa mirada de
quien sabe que nunca va a morirse pero tampoco va a poder saborear lo que es vivir.
Una vez se enamoró tanto
que creyó ser menos cautiva. Luego miró a sus tobillos y solo vio heridas.
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